SACAPUNTAS CON FORMA DE

         MÁQUINA DE COSER

Víctor Juan Borroy

Museo Pedagógico de Aragón
Universidad de Zaragoza

vjuan@unizar.es 

Sacapuntas. Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva

De mil maneras distintas hemos invitado a las niñas a tener sueños pequeños. Para cumplir el propósito de cortarles las alas y que así no pudieran volar ni muy lejos ni muy alto, la escuela se ha servido de los libros de lecturas, de los manuales de urbanidad, de la estructuración de los planes de estudios, de la presencia de asignaturas como labores o economía doméstica, de los ejercicios de gimnasia y de los contenidos de distintas asignaturas que, bajo una misma denominación, planteaban objetivos y contenidos distintos para los niños y para las niñas. La familia y la institución escolar han sido lugares de socialización y de legitimación de valores discriminatorios con las niñas.

Las mujeres estaban condenadas a vivir en un mundo pequeño. Y en la escuela se las preparaba para que pudieran cumplir esa condena sin apenas protestar, sin apenas quejarse. Su existencia transcurría entre las cuatro paredes del hogar.

Podemos decir que el universo de los niños y de las niñas, de los hombres y de las mujeres, casi no han tenido relación. En este terreno de la desigualdad nada es neutro, aséptico o inocente. Ni los libros de lecturas, ni los problemas de aritmética, ni las ilustraciones que iluminaban los libros, ni la organización de los espacios ni, por supuesto, el lenguaje.

Las mujeres han vivido en el lado oculto de la luna, lejos de la mirada de la sociedad. Y aunque hemos avanzado mucho, todavía hemos de arrojar luz para contarnos lo que pasa en ese lado de la realidad que nadie mira.

Quizá como soy educador, también soy optimista. Por eso redacto este texto en pasado. Querría que la discriminación y el sexismo fueran un asunto superado, pero de vez en cuando aún leo noticias o escucho a mi alrededor cosas que me hacen pensar que no hemos superado todavía las barreras que han limitado el crecimiento de la mujer. En demasiadas ocasiones son precisamente los más jóvenes quienes reproducen estereotipos. Basta pensar en el escaso número de mujeres que cursan carreras stem —Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas– para concluir que, aunque hemos recorrido un largo trecho, todavía nos queda mucho por hacer para que la igualdad sea una realidad. Hemos de trabajar para liberarnos de esa manera estrecha de entender la educación de la mujer, hemos de ventilar cada rincón de nuestro cerebro para librarnos del rancio sexismo y de la trasnochada discriminación. Es necesario que entren la luz y el aire limpio en las instituciones, en los currículos, en el lenguaje y en el ordenamiento jurídico, para barrer centenares de años de reproducción de unos roles injustos. De un modo menos burdo, de una manera menos evidente, pero la invitación que se hace a las niñas para crecer y vivir en un mundo pequeño sigue estando presente.

En un museo pedagógico, pequeñas piezas como esta, un sacapuntas con forma de máquina de coser, un sacapuntas para niñas, guarda un secreto y nos permite contar esta historia de discriminación de la mujer. Porque solo las niñas planchaban, cocinaban, limpiaban, fregaban, cosían y atendían las necesidades de los miembros de la familia. Este sacapuntas nos habla del mundo pequeño en el que se condenaba a las niñas a tener sueños y aspiraciones pequeñas. Y al contarlo, contándonoslo, estamos en camino de poner remedio a esta injusta desigualdad.