BOLETÍN DE CALIFICACIONES

                  DE NIÑA

Juana Sánchez-Gey Venegas

Universidad Autónoma de Madrid

juana.sanchez-gey@uam.es

Boletín de calificaciones de niña.
Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva

Conviene subrayar que la enseñanza regular no era la misma para las niñas que para los niños. Algunos poetas, como Góngora y Juan Ramón o filósofas, como María Zambrano lo recuerdan con bellos textos. Las niñas solían ir a casa de una Señora, que las atendía y cuidaba. También les enseñaba tareas propias de la vida doméstica como coser y bordar. Le llamaban la “Amiga”. Así dice Juan Ramón Jiménez:

Si tu vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, aprenderías a, b, c, y escribirías palotes […] No, Platero, no. Vente tú conmigo. Yo te enseñaré las flores y las estrellas. Y no se reirán de ti como de un niño torpón… (Jiménez, 1982: 19).

Juan Ramón se distancia de la escuela formal o enseñanza reglada para valor la educación que viene de alguien que te ama, por más que aquella enseñanza de la miga no pudiera denominarse regular. El poeta titula este bello y tierno texto con el habla andaluz: la miga.

María Zambrano también recuerda la enseñanza que se impartía a las niñas. En un manuscrito de 1965 que titula La vida de las aulas dice:

“La “Amiga” […] ¿Quién no recuerda el romance de Góngora?
“Hermana Marica -mañana que es fiesta- no irás tu a la amiga -ni iré yo a la Escuela […].
Pues que la amiga era una señora viuda o soltera libre de cuidados que recibía en su casa a las niñas, hijas todas de familias amigas suyas, y las iba educando dulcemente, enseñándoles las oraciones, la costura, hacer encaje y bordar, a cantar quizá con un poquito de solfeo, a sentarse y a caminar con gracia, a ser diligentes y suaves, a pulir y afinar eso que se llama la feminidad (Zambrano, 2007: 69).

Mas, no tratamos solo de la educación de las niñas, pues también se habla de la evaluación. Toda medición se nos presenta con una doble faz. La primera recuerda las palabras de Sócrates: “Una vida sin examen no merece la pena vivirse”. Por ello, se requiere la mirada del otro que evalúa, reconoce, califica o descalifica. Zambrano viene a salvarnos de ese sobresalto cuando nos propone el envés de la evaluación, mediante otro también griego: “Hasta el fin nadie es dichoso” […] Hasta el fin nadie es desgraciado […] La vida en todos sus aspectos hay que irla ganando, revalidando en cada etapa y aun cada día (Zambrano, 2007: 71).

Referencias bibliográficas

Jiménez, Juan Ramón (1982): Platero y yo. Madrid: Taurus.

Zambrano, María (2007): Filosofía y Educación. Málaga: Ágora.