RETRATOS ESCOLARES

DE GRUPOS DE NIÑAS

Miguel Beas Miranda

Universidad de Granada

mbeas@ugr.es

Retrataos escolares de grupos de niñas.
Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva

Las fotografías forman parte del conjunto de fuentes documentales que nos permiten la construcción e interpretación del pasado. Muchas veces, como afirma Peter Burke (2001: 12), se han utilizado “para ilustrar las conclusiones a las que el autor ya ha llegado por otros medios, y no para dar nuevas respuestas o planear nuevas cuestiones”. Sin embargo, cada vez se asienta más la idea de que son un testimonio complementario a otras fuentes.

Para mí, sigue siendo válido el objetivo de la historia que expresó Josep Fontana (1982: 261-263) “una herramienta para el cambio social”. Considero un error quedarse en el pasado, centrarse en los objetos que se exponen, sin tener en cuenta su contexto. Valoramos los avances socioculturales que se han producido, cien años después de las imágenes que observamos, pero igualmente somos conscientes de que la integración de las personas más vulnerables, la inclusión, la equidad y el desarrollo sostenible siguen siendo objetivos actuales dentro y fuera del sistema educativo.

La imagen en la era digital tiene un papel predominante de manera que lo icónico sobrepasa frecuentemente lo textual. Aunque tenemos constancia de imágenes desde tiempos prehistóricos, recordamos que la invención de la fotografía tuvo lugar a finales de la década de 1830. Todavía no tiene dos siglos de existencia y su evolución ha sido muy significativa. No obstante, persisten algunos elementos que debemos tener en cuenta a la hora de su interpretación, como que una fotografía representa la realidad, pero no es la realidad en sí misma. Además, es un lenguaje en el que intervienen distintos factores y diferentes protagonistas, lo que implica la coexistencia de múltiples interpretaciones de una misma fotografía.

El pasado, como el futuro, tiene diversas caras, distintas maneras y perspectivas de análisis. Los historiadores conocen, interpretan y construyen los relatos históricos desde su punto de vista que está condicionado por su entorno cultural. Esta es una de las razones por la que la historia siempre está en construcción. Pero igualmente, tanto quien construye el relato, como quien lo lee, deben ser conscientes de que su comprensión e interpretación de las fuentes no son definitivas, ni mucho menos las únicas.

Las fotografías que observamos forman parte de la memoria colectiva, pero sobre todo, de la memoria personal de las protagonistas. Son fuentes documentales fechada una en octubre de 1933. Se incluyen a alumnas de diferentes edades, es decir, representan a alumnas y maestras de escuelas unitarias. Ambas, como el lenguaje, son un medio a través del cual se expresan ideas y vivencias. Las dos imágenes tienen en común que las alumnas están colocadas de menor a mayor edad; la maestra ocupa un lugar central; reflejan una actitud pasiva ante el fotógrafo; también se observa un contexto arquitectónico y espacial muy diferente, más pobre en la imagen de la derecha. Deducimos, por la ropa y por los peinados, que están hechas en estaciones distintas y que la de la derecha es más antigua. La maestra y algunas alumnas de la imagen de la izquierda, sonríen y se sienten a gusto en la escena, mientras que en las de la derecha, todas tienen un semblante serio. Son fotografías que forman parte de la historia de cada una de las protagonistas. Es como un puzle hecho con 30 o 33 fotos de carnet en un día que para cada una de ellas fue histórico. Sin embargo, sería pertinente diferenciar las vivencias personales de las colectivas, como lo hace cada familia focalizando su mirada en sus hijas o parientes.

La historia de la infancia de ambos grupos está hecha también de emociones que no comparten con nosotros, con quienes las observamos hoy. Su paso por la escuela y la huella formativa curricular no se percibe en estas imágenes. Obviamente, sin la existencia de las maestras, y sin el papel de estas y de otras niñas que posteriormente fueron protagonistas en su entorno sociocultural, la sociedad actual no existiría o no sería la misma. Somos herederos de nuestro pasado.

Unas fotografías colectivas como estas, donde se percibe una isocefalia, una forma de vestirse más o menos homogénea o unos semblantes parecidos no pueden dar pie a la uniformidad de todas las personas que aparecen en ellas, ni a la construcción de imaginarios, estereotipos o prejuicios colectivos erróneos. En la medida en la que nos distanciamos en el tiempo o cuando fotografiamos escenas parecidas en otros contextos culturales, tendemos a establecer conclusiones, a generalizar, a uniformar porque de esta manera nos facilitan nuestras conclusiones. Sin embargo, si analizamos una fotografía escolar nuestra, tendemos a personalizar, a distinguir, a diferenciarnos dentro de la imagen colectiva. No podemos perder de vista que los retratos están compuestos con arreglo a unos criterios culturales y a la perspectiva de quien hace la fotografía, pero igualmente contienen la percepción de las personas fotografiadas y de quienes las observamos.

Las fotografías, lo mismo que el resto de las fuentes, no hablan por sí mismas; cobran vida cuando alguien las interpreta; cuando se traspasa el umbral de la vista y nos adentramos con la mirada; cuando las contextualizamos y conectamos con el mundo emocional de las niñas y maestras protagonistas.

Referencias bibliográficas

Burke, Peter (2001): Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico. Barcelona: Editorial Crítica.

Fontana, Josep (1982): Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Barcelona: Editorial Crítica.