ÁLBUM DE BORDADOS
Álbumes de bordados. Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla
Tengo que reconocer que todavía experimento cierto desasosiego cuando recuerdo mis clases escolares de costura de finales de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Y más que a la escuela primaria, mis recuerdos se dirigen a los Estudios de Magisterio, en los que la asignatura llamada Labores era obligatoria para las alumnas e impartida por una profesora especializada. Cierto es que en la escuela primaria esta asignatura existía desde la Ley de 1857, pero su carácter estaba determinado por los conocimientos de la maestra en ese tema y no siempre quedaba espacio para su programación. Circunstancia que se daba con menos frecuencia en los estudios de bachillerato, pero en los Estudios de Magisterio no había lugar a tal situación porque su obligatoriedad era incuestionable. Y aprender las variantes de la costura era imprescindible para conseguir el Título de Maestra Nacional.
Con el nombre de Labores se designaba todo lo que tuviera que ver con coser, desde hacer un hilván, un dobladillo, una vainica, un ojal, un zurcido, (¡ah, los zurcidos invisibles!), un remiendo (las sábanas remendadas no eran extrañas en ese tiempo), confeccionarse al menos una falda y conocer los distintos bordados. Sí, aprender a bordar en sus distintas modalidades era parte de la asignatura: pespunte, punto de tallo, punto lanzado, punto de cadeneta, punto de mosca o punto de margarita eran los más importantes puntos básicos.
Y los puntos de remate: festón, punto matizado, de realce con relleno, junto a los puntos contados: de cruz, escapulario, punto al pasado, punto de cuadros. Y el más difícil y espectacular: el filtiré.
No tenían nada que ver los varones con esta asignatura, exclusivamente femenina. Y con la mirada puesta en lo que entonces se consideraban trabajos propios de mujeres ese término, Labores, vino a designar el trabajo femenino no cualificado cuando, al rellenar el Documento de Identidad, en la casilla Profesión se colocaba esa palabra anteponiéndole la partícula Sus. Y “Sus Labores” acompañaron al trabajo de la mujer por décadas. Con lo que las mujeres en la escuela y, sobre todo, en los Estudios de Magisterio (no en balde las maestras serían las que iban a trasmitir esos conocimientos y hacerlas buenas amas de casa), debían aprender todo lo relativo al cuidado del hogar, siendo la costura parte principal. Y, desde luego, al aprendizaje de los bordados, porque el ajuar de la novia (sábanas, toallas, mantelerías, tú y yo, etc.) debía ser bordado por la futura esposa. Circunstancia que, en mi caso, tantos dolores de cabeza me produjo porque sencillamente yo no tenía facilidad para este tipo de costura y no entendía por qué tenía que aprender a bordar, sin que me sirviera la respuesta del ajuar. Me gustaba ver los bordados, admiraba a las bordadoras, pero mis manos, al igual que las de otras muchas compañeras, manejaban la aguja y el bastidor torpemente, sin conseguir dominar la técnica. Teníamos, además, que coleccionar las muestras de esos bordados, en pequeños trozos de tela, y confeccionar un álbum con estas, cuando, repito, nuestra habilidad para bordar era bastante escasa, por no decir nula. Sin embargo, debíamos obedecer las reglas para conseguir el título de maestra nacional, por lo que había que agudizar el ingenio y, como otras estudiantes, yo tuve que buscar la ayuda de expertas bordadoras para que esas muestras fueran primorosas (mis álbumes tuvieron la inestimable ayuda de Isabel Ballesteros, una maestra nacional que bordaba maravillosamente bien y a la que debo mi notable en esa asignatura. Mi reconocimiento).
Ciertamente, hubo muchas alumnas que consiguieron bordar muy bien, con lo que esos álbumes fueron preciosas piezas de las Escuelas Normales femeninas. Y, sin duda, desarrollaron el gusto y el placer del bordado, que, creo, es una de las expresiones artísticas más hermosas, como podemos apreciar en los mantos de las Vírgenes, en los mantones de manila o en las preciosas colchas bordadas, por poner algunos ejemplos. Habría, pues, que investigar si esos bordados tuvieron en la escuela un importante impulsor. Porque, aunque en la escuela primaria no llegara a ser realmente obligatorio en estos años aprender a bordar, si hubo maestras que hicieron lo posible por dar los primeros pasos, y los álbumes que se conservan de alumnas de primaria son una prueba. Y también el hecho de que durante muchos años fuera un oficio femenino, en el que maestras bordadoras regentaban los talleres de bordados, al alimón con ciertas congregaciones religiosas femeninas. Sí, siempre eran las mujeres las que sobresalían en número y dedicación.
Y, así, en los años citados y en los más cercanos, la Sección Femenina ocupó sitio en la enseñanza de las Labores, de manera que en los Estudios de Bachillerato sería una mujer miembro de este grupo, raramente con el título de maestra, la que impartiría esas clases. Aunque tanto en la escuela primaria como en la enseñanza media, el aprendizaje del bordado siguió dependiendo de la afición y gusto de la profesora. Sin embargo, los álbumes de bordado aumentaron su número y mi recuerdo como directora de un Colegio Libre Adoptado, ya en los años sesenta, me trae la visión de preciosas muestras de esas Labores. Y el placer de contemplar verdaderas obras de arte realizadas por manos femeninas, apenas adolescentes. Que al confeccionar esas muestras se sentían gozosas de sus creaciones, lejano ya el pensamiento del ajuar como meta final. Aunque, quizás, todavía perdurase el sentimiento de que bordar era propio de mujeres.