COSTURERO
LA CONTROVERSIA DE LOS OBJETOS
Costurero. Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla
Algunos objetos, aunque cotidianos y quizás debido a ello, atraen las controversias sociales, estéticas, éticas y políticas de cada momento. Condesan en su ser los distintos imaginarios en contradicción cargándose de una significación muy ajena a su inicial utilidad o forma. Los costureros, sean de pie, pequeñas cajas recicladas, comprados en una oferta o regalados como símbolo del hacerse mayor, son un ejemplo de ello. Pues, a pesar de que constituyen una herramienta profesional -propia de modistas y sastres- presente en los talleres familiares y empresariales, los costureros han estado también presentes en los entornos domésticos de manera casi universal. Pero, y más allá de estar en todos los lados, sus formas, sus decoraciones, su contenido, y el lugar que ocupa en las casas son específicos de cada momento, lugar y decisión -ésta, tanto de carácter pedagógico como político-. Revistar la memoria de los costureros como utillaje en los aprendizajes de vida nos permite reconocer y reconocernos en la historia, especialmente aquella vivida desde el siglo XVIII cuando los costureros se popularizan a toda la población, según se desprende de los museos de los objectos de vida cotidiana. Una costumbre que persiste hasta el día de hoy. Aunque vaya desapareciendo lentamente de los espacios más juveniles.
Los costureros activan con solo estar allí activan nuestra memoria infantil.
Receptáculos de pequeños objetos perdibles ¿quién no recuerda haber rebuscado en su interior botones para jugar, haberse lastimado con una de estas agujas tan tentadoras para dar vida a un dibujo demasiado estático o crear un buen embrollo con los hilos, pretendiendo realizar una trenza?
En la búsqueda de los espacios misteriosos y de los pequeños lugares donde esconder los secretos que realizan los niños y las niñas, los costureros de las personas adultas son para la infancia una puerta abierta al aprender a buscar. Movilizan la imaginación, a modo de la caja contenedora de una oveja dibujada por Exupéry. Activan el hacer con prudencia al igual que el poder entrar en el armario de Narnia. Refuerzan el estar atento al grito del “no, por aquí no”, posibilitando aprender que hay lugares donde las acciones personales no están legitimadas por entrañar peligros desconocidos, como sucede en el mito de la Caja de Pandora
En algunas culturas, y entre ellas en la nuestra, los costureros están vinculados a la vida de las mujeres, conformando su espacio, sus posibilidades y su identidad. Desde el momento en el que fue posible la división de los espacios privados dentro de las casas, los costureros actúan como hito doméstico. Delimitan el espacio femenino, un espacio en el que los niños y niñas son aceptados e invitados a entrar. Pero es en el crecer de los niños y niñas que está aceptación se vuelve más exclusiva. El género empieza a imponerse: solamente ellas pasan a poder estar allí, haciendo uso de estos mágicos organizadores de posibilidades para hacer.
Y es solamente a las niñas que habitualmente se les regala un costurero infantil o un costurero escolar. Pero ésta ya no es una caja reutilizada, es un producto de mercado. Y frecuentemente su lugar en el espacio doméstico es el del ser vecino de los costureros de las adultas. Otro hito, podemos pensar, en esta ocasión de lugar y edad.
Si nos acercamos más a ellos, y observamos las imágenes impresas en los costureros de las niñas se advierte como las mismas evocan a expectativas de cómo ser mujer o cómo comportarse como tal. Las imágenes de los costureros de las adultas difieren: pueden ser recordatorios de la bondad del ser laboriosa, de cuidar de los otros o, como contraste, de lo que se espera que sea, si o si, de agrado a una mujer: flores cortadas, paisajes bucólicos o figuras geométricas, ordenadas, a poder ser, estáticas y pasivas.
Y es aquí donde vemos los primeros signos de rebeldía de algunas niñas. El no gustar de los costureros se significa. En ciertas ocasiones, se significa atribuyéndole causas de identidad de género, en otras, a un gusto peculiar, pero quedan aún las veces en que se significa como rebeldía a perpetuar un estereotipo. En estos casos, depende del entorno, ello se ve como positivo o negativo. El “tener carácter” se refrendará según la cultura familiar.
Y será en la adolescencia, cuando se recurrirá a dichas significaciones a través de una memoria entrecortada que sirve para narrarse o narrar a la otra. Aparecer en el horizonte de los comentarios el conocido “ya de pequeña…”. En la narración de incluye la continuidad, y todo ello, en esta ocasión a través de la reacción infantil o adolescente ante los costureros.
Y, por qué no decirlo, también es en esta etapa infantil donde se observan las primeras reivindicaciones al negarse a ser excluido. Algunos niños reclaman el poder disponer de sus herramientas de costuras en cajas tan lindas, tan decoradas, tan significadas como las que son regaladas a las niñas. Y otra vez, cual si repitiéramos la historia, será en la adolescencia cuando las reivindicaciones tomarán aspecto de explicación causal, obviando las otras múltiples realidades que entran en juego ante un objeto tan especial como cotidiano como es el del costurero.
Y a la mirada infantil, le persigue y le contrasta la mirada adulta.
Estos costureros son, sin lugar a duda, un lugar de tintes mágicos que acumula lo simbólico del saber de generaciones de mujeres. En los costureros una advierte la previsión, la cura, la atención al detalle, un cierto orden desorganizado… y todo ello en un espacio obligatoriamente pequeño, pero no por ello de menor importancia. En los costureros vemos también la cultura de conservación de lo útil, austero en esencia, pero brillante en forma. En los costureros vemos el necesario cuidado de lo diario, de lo común.
Pero estos costureros pueden ser también símbolos de lo arcaico, de lo que cabe anular de nuestras vidas. De aquello que no queríamos aprender, pero que por presión social o requerimiento profesional tuvimos que aceptar. Ser maestra, implicaba antaño saber bordar. Ser maestra solo requería saber dibujar trazos, pero se esperaba el saber trasladar estos trazos a delicados bordajes. Y cuando aquello que preocupaba era la reflexión del qué enseñaremos y como lo enseñaremos para promover un mundo donde se viviera mejor, estas labores, simbolizadas en su caja, en su costurero, era claramente un obstáculo. No tener costurero o tenerlo en forma de caja de cartón fue una reivindicación.
Han pasado ya los años, y nos podemos preguntar qué quedo de todo ello. ¿Nuestros costureros son de cartón, de lata, de madera decorada en casa o compradas en almacenes? Y, ¿Cuánto de la elección depende de lo que aprendimos y se aprende en la escuela y en la formación de maestras y maestros?