COSTURERO
TEJIENDO REDES DE CUIDADO Y SORORIDAD
Costurero. Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla
El costurero viste la educación, la cotidianeidad y la vida de muchas mujeres como mi abuela María Montero. Me gustaría tomar su ejemplo para conceptualizar esta pieza en relación a la educación femenina. Mi abuela representa a muchas otras mujeres que, nacidas en tiempos de Guerra Civil y pleno auge franquista, tuvieron una vida que no fue coser y cantar.
La costura ha sido un trabajo tradicionalmente doméstico, femenino, secundario e invisible. Durante muchos años ha estado ligada a la opresión patriarcal, siendo un claro símbolo de sumisión en el periodo franquista. La habilidad de coser era propia de todo ángel del hogar. Por ello, desde la creación de la Sección Femenina de la Falange en 1934 se insistía en que las niñas aprendieran el noble arte de la costura como una de las labores propias de su género.
En contraposición a otras formas de expresión artística prestigiadas como las Bellas Artes o Artes Mayores, la costura ha solido estar ubicada en los márgenes de las denominadas Artes Menores o Artesanía. Esta distinción surge a raíz de cómo estas prácticas han sido social y culturalmente concebidas y por quiénes las desempeñaban.
..El Estado se convirtió en la entretela que reforzaba la división sexual del trabajo desde las escuelas primarias a través de la configuración de dos modelos educativos diferenciados en el que se orientaba a los niños para “la superior formación intelectual o para la vida profesional del trabajo en la industria y el comercio o en las actividades agrícolas”, y a las niñas hacia “la vida del hogar, artesanía e industria domésticas” (Ley de 17 de julio de 1945 sobre Educación Primaria, art. 11).
Con hilo, aguja, dedal y bastidor a mano, mi abuela, al igual que otras mujeres de la posguerra, aprendió las formas de los números y letras, a contar y a escribir; pero también los ideales del nuevo modelo de mujer servicial, católica y patriota. Uno de estos principios es el valor de la espera, el cual recoge la escritora Carmen Martín Gaite (1981: 72) en su obra Usos amorosos de la postguerra española:
El hombre era un núcleo permanente de referencia abstracta para aquellas ejemplares Penélopes condenadas a coser, a callar y a esperar. Coser esperando que apareciera un novio llovido del cielo. Coser luego, si había aparecido, para entretener la espera de la boda, mientras él se labraba un porvenir o preparaba unas oposiciones. Coser, por último, cuando ya había pasado de novio a marido, esperando con la más dulce sonrisa de disculpa para su tardanza, la vuelta de él a casa. Tres etapas unidas por el mismo hilo de recogimiento, de paciencia y de sumisión. Tal era el “magnífico destino” de la mujer falangista soñada por José Antonio.
Este texto nos permite comprender la naturalidad con la que muchas mujeres interiorizaban su papel “secundario” en el Régimen, en una sociedad que las cautivaba como madresposas y que limitaba sus funciones al cuidado del hogar y al servicio de la familia, rechazando cualquier discurso de emancipación femenina (Lagarde, 1993). Desde niña me sentaba al lado de mi abuela para observar cómo ella cosía y dialogábamos, porque la costura invita a la conversación y de esta sí que se aprende. Mi abuela reforzó las costuras de mi familia para sostenernos ante cualquier tirón de nuestra vida. Sus manos arreglaron descosidos, aseguraron presillas y botones para que permaneciésemos unidos, parchearon pantalones para remendar algunas heridas, estiraron dobladillos para que pudiésemos crecer, para no quedarnos cortos de oportunidades y para poder ser educados en todo lo que ella no pudo. Gracias a ella, que le impidieron batir sus alas, nos abrió el camino para ser libres. Gracias a ella, que le obligaron a ser “dependiente”, nos enseñó a que todos somos interdependientes. Sus manos nos protegían y nos sostenían, ayudándome a valorar que estos cuidados, que continúan siendo tan infravalorados hoy en día, son el centro de nuestras vidas. El ejemplo de mi abuela permite mostrar el vínculo entre costura y feminismo, toda una labor de resiliencia femenina.
La Historia de las mujeres ha estado llena de punzantes alfileres que con sus reflejos han ido tratando de sortear. El costurero también es símbolo de revolución, de desobediencia, de resistencia y de lucha. Muchas mujeres pusieron sus hilos al servicio de causas que creyeron justas y que defendieron hasta el final. Ejemplo de ello es Mariana Pineda, quien en 1831 en la ciudad de Granada, bordó con hilo rojo la bandera que no debía, bajo el lema “Libertad, Igualdad y Ley”. Asimismo, desde el feminismo fue temprana la reapropiación de la costura para reivindicar su valor y construir nuevos significados en torno a la denominada mística de la feminidad (Friedan, 2009). Al respecto, podemos destacar obras como la instalación The Dinner Party (1979) de la artista feminista Judy Chicago que recoge a través de técnicas como el bordado el legado de 39 mujeres históricas como la escritora Virginia Woolf. El Estado se convirtió en la entretela que reforzaba la división sexual del trabajo desde las escuelas primarias a través de la configuración de dos modelos educativos diferenciados en el que se orientaba a los niños para “la superior formación intelectual o para la vida profesional del trabajo en la industria y el comercio o en las actividades agrícolas”, y a las niñas hacia “la vida del hogar, artesanía e industria domésticas” (Ley de 17 de julio de 1945 sobre Educación Primaria, art. 11).
The Dinner Party. (Chicago, 1979)
Por último, el costurero también inspira a reflexionar sobre la precariedad laboral de las mujeres. El oficio de la costura presentó ciertas particularidades que provocó que las costureras en un principio no tuvieran tanto protagonismo en la movilización de la lucha obrera. La costura era un trabajo inestable y mal pagado, desarrollado principalmente por mujeres de manera temporal (generalmente hasta casarse) mediante pequeños encargos de clientes puntuales y, en muchas ocasiones, con plazos de entrega muy ajustados. Estas mujeres no contaban con fábricas como grandes espacios de socialización que diera pie a formar una conciencia de clase. Si bien la mayoría cosía desde sus propias casas, mujeres como mi abuela recuerdan la bonita tradición de reunirse en grupo para hacer más amena esta faena. La costumbre de juntarse a coser generaba un espacio para compartir confidencias y tejer redes de ayuda mutua, formando un espacio de potencial sororidad.
La conversación, el conocimiento y el canto compartido a la vera de un costurero forma parte del legado de la educación femenina y nos enseña cómo muchas mujeres consiguieron también darle la vuelta a la vida para diseñar nuevos patrones e hilvanar un futuro mejor
Referencias bibliográficas
Chicago, Judy (1979): The Dinner Party [instalación]. Estados Unidos: Museo de Brooklyn.
Friedan, Betty (2009): La mística de la feminidad. Madrid: Cátedra.
Lagarde, Marcela (1995): Los cautiverios de las mujeres: madresesposas, monjas, putas, presas y locas. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Ley de 17 de julio de 1945 sobre Educación Primaria. Boletín Oficial del Estado, 199, de 18 de julio de 1945, 385-416. https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1945/199/A00385-00416.pdf
Martin-Gaite, Carmen (1981): Usos amorosos de la postguerra española. Barcelona: Anagrama.