CAMPANA ESCOLAR

Manuel Hijano del Río

Universidad de Málaga

hijano@uma.es

Campana. Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla

En septiembre de 1865, algunos maestros y maestras de la ciudad de Málaga dirigieron al Ayuntamiento una reclamación solicitando un reloj para sus aulas porque les resultaba muy difícil escuchar con nitidez las campanadas de la alejada iglesia parroquial y, por tanto, “no podían conocer con exactitud las horas de entrada y salida de los alumnos a la clase” (Hijano, 1995: 144). Esos relojes aparecieron finalmente en el detallado inventario de ese mismo año.

Más de un siglo después, Matt Groening diseñó la cabecera de su conocida serie televisiva Los Simpsons en 1989 y, para ello, escogió, de todas las posibles, la célebre escena de Bart Simpson castigado, solo, en su aula del Springfield elementary school copiando en la pizarra numerosas veces “I will not sell school property” . Acto seguido, sonaba el estruendoso timbre de la escuela. Ese era el sonido liberador que marcaba el final del castigo impuesto. Bart, de forma fantástica, salía físicamente volando del colegio para montarse en un skateboard y huía a toda velocidad por las calles de Springfield. 

Sirvan estos dos ejemplos de momentos y espacios muy diferentes para destacar la sempiterna importancia del tiempo en las escuelas. Él entró en el sistema educativo como un elemento vertebrador, distinguiendo entre el recreo y las materias, entre las diferentes asignaturas de cada jornada, entre los diferentes días de la semana, las semanas lectivas y no lectivas… El objetivo de racionalizar y homogeneizar una enseñanza en el país suponía no solo enseñar lo mismo en todas las escuelas, sino también enseñarlo a la vez, con los mismos horarios. Escolano (1992) ya escribió que el tiempo escolar se convirtió en una síntesis de elementos políticos, sociales, geográficos o culturales que buscaba la sistematización de la enseñanza.

Una alumna española de finales del XIX lo describió perfectamente: “aparece la idea del deber, la obligación comienza a repartir las horas; se ordenan en períodos que empiezan a repetirse en círculos invariables”; los minutos en las escuelas se transformaron en “horas perdidas, instantes malgastados, tiempo gris que no vale la pena ser vivido” (Martínez, 1989: 279). Fueron palabras de María de la O Lejárraga, conocida escritora y feminista, ocultada bajo el pseudónimo María Martínez Sierra.

Por eso, la campana escolar adquirió un enorme protagonismo como instrumento -tecnología educativa, como escribe Audrey Watters (2022) en su web “The History of the School Bell”-, ya que sus estruendosos tañidos marcaban los inicios y los finales. El toque de campana servía de señal para entrar en el colegio, el comienzo de las clases y su término. Por esto último, era un objeto contemplado por las niñas y los niños asiduamente y con angustia. No veían el momento para salir del colegio. Es más, ya hemos visto que estar más tiempo del debido, cuando ya había finalizado el horario lectivo, era un usual método de castigo.

Salir del colegio era la forma de recuperar la alegría y la voz, una vez pasado el terror, según nos contaba en sus memorias la política y escritora republicana, Constancia de la Mora (2008). Esa escuela, donde las niñas eran “trasplantadas” desde su hogar en el pueblo, como escribió Rosa Chacel (1972): “no queda lugar en su espíritu para echar de menos lo que dejó atrás ¡Que me traigan la huerta!” (p. 269); donde Concha Méndez estudiaba “cursos de aseo, economía doméstica, labores manuales y otras cosas que nos harían pasar de colegialas a esposas, mujeres de sociedad, madres de familia” (Ulacia, 1990: 27). Una enseñanza sin sentido para todas ellas.

Tras las campanadas que las hacía libres, acudía otro sentimiento: el miedo a ser olvidadas. La escritora María Teresa León recordaba esos momentos inquietantes: «Sentíamos miedo. ¿Y si hoy no me viniesen a buscar? ¿si se hubiesen olvidado de mí en mi casa? (…) cuando salga, iré corriendo por la calle. (…) ¿Me llaman? ¡82! Yo, yo, soy yo ¡yo!” (León, 1999: 79).

Las campanas tenían varias versiones. Por ejemplo, encontramos una, con referencias muy numerosas: la campanilla. De tamaño más reducida, formaba parte, junto a la pluma, el tintero y el papel secante, de la escribanía de metal en la mesa de la maestra. En este caso jugaba la función de mantener el orden y el silencio. Pero en otros centros era la chasca la gran competidora para cumplir esas funciones, al marcar los ritmos y la disciplina en clase: “Durante este ejercicio tampoco se les hará cantar, pues sería fatigarlos demasiado. Deberán hacerlo al son de palmadas ó de la chasca” (Robles, 1858: 704), recuerda el Nuevo manual para las escuelas maternales de niños y niñas de las Hijas de la Caridad.

Más recientemente, las campanas fueron cambiadas por los timbres y por los relojes del aula y del centro. Las formas de fijar los tiempos se mecanizaron aún más y el tintineo de las primeras se sustituyeron por el estruendo electrónico del ¡¡¡riiiiing!!! Ahora, en el siglo XXI, estos modos se cambian por melodías como Für Elise de Beethoven o la banda sonora de la película ET, en busca de un entorno de aprendizaje más confortable.

[1] Con el paso de las temporadas, la frase variaba. https://www.youtube.com/watch?v=q-Ra9TeNtx0

Referencias bibliográficas

Chacel, Rosa (1972): Desde el amanecer. Autobiografía de mis primeros diez años. Madrid. Revista de Occidente.

De la Mora, Constancia (2008): Doble esplendor. Barcelona: Crítica.

Escolano Benito, Agustín (1992): Tiempo y educación. Notas para una genealogía del almanaque escolar. Revista de Educación, 298, 55-79.

Hijano del Río, Manuel (1995): Los orígenes del sistema educativo liberal. La enseñanza primaria en Málaga (1833-1868). Málaga: Universidad de Málaga.

León, M. Teresa (1999): Memoria de la melancolía. Madrid: Castalia.

Martínez Sierra, María (1989): Una mujer por los caminos de España. Madrid: Castalia.

Robles, Francisco de (1858): Nuevo manual de las clases maternales, llamadas salas de asilo, para el uso de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. Madrid: Imprenta de Tejado.

Ulacia Altolaguirre, Paloma (1990): Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas. Madrid: Mondadori.

Watters, Audrey (17 de noviembre de 2022): The History of the School Bell.  https://hackeducation.com/2022/01/30/bell