DIARIO DE CLASE
Aure Daza Bonachela
Centro de Documentación María Zambrano
del Instituto Andaluz de la Mujer
aureliae@juntadeandalucia.es
Diario de Clase. Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla
Cuando me dieron a elegir el objeto de esta ‘virtuosa’ exposición que quería presentar no lo dudé un momento, el “Diario de clase” era lo mío, lo tenía claro. ¿Y por qué, se puede preguntar quien lea este pequeño texto? Pues porque dentro de que todos me parecían sugerentes y/o me traían recuerdos, era el diario el objeto que más había usado en los años de mi última niñez y principios de la adolescencia. Y es que me recuerdo yendo siempre al colegio y después al instituto con un cuaderno que usaba a modo de diario, si bien más que “Diario de clase” debería llamarle “Diario en clase”, ya que no reflejaba en el mismo lo que iba aprendiendo en “mis clases” sino que realmente lo usaba para escribir sobre “mis cosas” en los momentos en que me aburría o en los ratos muertos. Así, de paso, no alborotaba y supuestamente me portaba bien, algo muy valorado en aquella época -y que tampoco ahora debe ser desdeñable, pienso-. Y qué eran “mis cosas”, puede que se pregunte quien esté teniendo la benevolencia de seguir leyendo esta humilde reseña: pues los pequeños hechos que me sucedían y los sentimientos que me provocaban.
O algo que había leído y me había dejado cavilando (los tebeos sobre vidas de santas fueron mis primeras lecturas, proporcionados por Narcisa, una singular mujer que ayudaba a mi madre en casa, pasando luego a textos con “más enjundia”, como los libros de Martín Virgil, un sacerdote que escribía novelas protagonizadas por adolescentes -avanzadas para la época, pienso; de hecho, todavía recuerdo que en una de ellas el confesor le decía al chico protagonista que de cintura para abajo no había pecados, u otra en la que se planteaba el tema de la enfermedad y de la muerte de su joven protagonista-, o las novelas del oeste de Karl May protagonizadas por un indio y su amigo aprendiz de vaquero, increíblemente habilidosos y educados ambos). O algún pensamiento que hubiera oído en la televisión (me gustaban especialmente las enseñanzas del maestro a Kung Fu, recuerdo; o las de un sacerdote que hacía unas pequeñas e interesantes meditaciones, o al menos eso me pacía a mí, de las que no paraba de tomar nota durante la emisión de las mismas). Después ya vendrían otros libros, algunos de más calidad que otros, entre ellos “Sinuhé, el egipcio” y otras obras del catálogo de “Círculo de Lectores”, que mi padre nos pasaba periódicamente a mis hermanos y a mí para que pidiéramos lo que quisiéramos, sin poner restricción de ningún tipo, fomentando con ello el amor por la lectura que le agradeceré siempre. Y otros programas de televisión, como La Clave y A fondo, que recuerdo con placer y admiración por su gran interés y calidad.
Pero esto ya es otra historia, entre otras cosas porque para entonces yo ya no escribía diario alguno, influida, imagino, por el hecho de que con el tiempo tuve el problema de dónde esconderlo para que no tuviera acceso al mismo nadie más que yo (¡una vez hasta me encontré en el cuaderno en curso observaciones de alguno de mis hermanos!).
Rememorar estos diarios me ha llevado a preguntarme qué pasaría con ellos, pero se ve que en su día no les daría mucha importancia pues no me acuerdo qué pude hacer con tantos cuadernos, si los guardé y fueron desapareciendo en sucesivas mudanzas o si directamente yo misma o alguna otra persona de la familia los tiró a la basura dada su obsolescencia y falta de interés o de uso.
Pero el hábito de escribir en el diario me había dado la oportunidad de pararme a reflexionar sobre la vida desde una edad muy temprana, además de ir entrenándome ya desde aquel entonces en algo tan importante a tantos niveles como es una buena -o al menos aceptable, espero- expresión escrita. Hábito, tengo que decir, que en cierto modo retomé más adelante, pues hace un tiempo que mantengo un bonito cuaderno regalado por un querido amigo recientemente desparecido en el que voy escribiendo citas que me van resultando especialmente inspiradoras, además de otro más ‘feíllo’ para reflejar pensamientos propios. En pos, en ambos casos, de intentar construirme una buena vida, en el momento actual y de cara a tiempos venideros.
Así pues, la invitación para escribir sobre algún elemento de esta bonita exposición virtual y el hecho de haber elegido el diario para ello me ha servido para evocar el pasado, el presente y el futuro. Qué más se le puede pedir a un objeto, ¿no?