Los inicios de la jerarquización social en
el Suroeste de la Península Ibérica (c. 2500-1700 a.n.e./c.
3200-2100 cal ANE). Problemas conceptuales y empíricos
García Sanjuán, L. y Hurtado Pérez, V. (1997): “Los inicios de
la jerarquización social en el Suroeste de la Península Ibérica
(c. 2500-1700 a.n.e./c. 3200-2100 cal ANE). Problemas
conceptuales y empírcos.” Saguntum 30. Homenatge a la
Pra. Dra. Milagro Gil-Mascarell Boscá. Vol. II. La Península
Ibérica entre el Calcolítico y la Edad del Bronce, 135-152.
Valencia. Universidad de Valencia
[Nota: todas las referencias cronológicas realizadas en este
artículo, originalmente no calibradas, han sido sustituidas por
sus correspondencias calibradas]
I. INTRODUCCION
El análisis de los procesos de transición a la jerarquización
y estratificación sociales constituye uno de los temas más destacados
y debatidos dentro de la investigación actual de la Prehistoria
Reciente europea, y por cierto uno de los temas donde la explicitación,
diálogo e interacción de las diferentes aproximaciones teóricas
se hacen tanto más notorias cuanto necesarias. No ha sido la investigación
de la Prehistoria Reciente del Suroeste de la Península Ibérica
especialmente sensible al tratamiento de esta cuestión, como se
puede desprender de una reflexión (autocrítica) que tenga en cuenta
la vigencia del empirismo estrecho (auténtico positivismo decimonónico)
en gran parte de la historiografía arqueológica de las últimas
dos décadas, precisamente un periodo en el que la investigación
homóloga del Sureste ha concentrado un fascinante despliegue de
planteamientos teóricos, metodológicos y (como resultado) interpretativos
- cf. por sólo citar algunos ejemplos (Lull, 1983; Gilman
y Thornes, 1985; Lull y Estévez, 1986; Gilman, 1976; 1987a; Hernando,
1988; Chapman, 1991; Arteaga Matute, 1992; etc.) - que la han
convertido en un auténtico campo de contrastación de hipótesis
y teorías sobre los orígenes de la así denominada Complejidad
Social con escasos paralelos en todo el continente europeo.
Sólo en el último lustro, la publicación de algunas tesis doctorales
(Santos Gonçalves, 1989; Barceló, 1991) y el desarrollo o inicio
de algunos Programas de Investigación Sistemática en Andalucía
Occidental (Nocete Calvo et alii, 1993; Cruz-Auñón et
alii, 1993; Hurtado Pérez, 1993) parece haber insinuado un
cambio de tendencia en el enfoque disciplinar con que los procesos
sociales de la Prehistoria Reciente del Suroeste han venido siendo
tratados, aunque sólo a medio plazo será posible evaluar la relevancia
de este atisbo de ruptura.
En este contexto, el trabajo que aquí da comienzo presenta y discute
un marco conceptual que pretende contribuir a la interpretación
del proceso de surgimiento y consolidación de la jerarquización
social dentro las comunidades del Suroeste peninsular entre c.
3200 y 2100 cal ANE, es decir, durante la Edad del Cobre. Tal marco
conceptual surge desde un Programa de Investigación Sistemática que
se centra temporalmente en el corte cronológico inmediatamente
posterior, esto es en el periodo c. 2100-1300 cal ANE y
responde por tanto a la necesidad de insertar dentro de una trayectoria
procesual diacrónica la problemática empírica que constituye su
objeto central. La reflexión formulada en las siguientes páginas
es una reflexión abierta, en primer lugar porque la concebimos
como un fondo de confrontación de las inferencias que se derivan
de nuestro propio ámbito de análisis empírico, y ya que entre ellas
se establece una interacción dinámica y constante, y en segundo
lugar porque parece que, en el momento presente, la construcción
y constrastación de hipótesis y teorías sobre los orígenes de la Complejidad
Social en la Prehistoria de Europa a través del registro arqueológico
se encuentra en un estadio que recomienda la utilización de enfoques
epistemológicos flexibles antes que la aplicación de categorías
conceptuales cerradas a modo de recetario.
En la primera sección de este trabajo se examinan brevemente
las nociones teóricas básicas que se han aplicado al estudio de
las primeras sociedades complejas primitivas, extrayéndose la
noción de Sociedad Jerarquizada Comunalista. En segundo
lugar se realiza un reconocimiento sintético del registro empírico
disponible para el análisis de las formaciones sociales del Suroeste
entre c. 2500 y 1700 a.n.e./3200-2100 cal ANE. Finalmente,
se propone una interpretación del nivel de complejidad social
de las mismas sobre la base de dicho registro y a la luz del concepto
teórico anteriormente derivado.
II.- EL CONCEPTO DE SOCIEDAD JERARQUIZADA COMUNALISTA
II.a.- Origen del concepto
A pesar de la creciente extensión de su uso en Arqueología prehistórica,
no ha sido el concepto de Complejidad Social objeto de
un debate abierto y explícito clarificador de las formas de organización
social a las que concierne, a pesar de que el uso que se le viene
dando en Antropología respecto a sociedades contemporáneas - cf.
por ejemplo Banton (1980) o Contreras (1983) - sugiere que hubiera
sido de interés precisar la dimensión del término desde el punto
de vista del análisis de las formaciones sociales prehistóricas.
En este trabajo, el concepto de Complejidad Social es entendido
en el contexto de las sociedades jerarquizadas y estratificadas
en el sentido con que fueron definidas por M. Fried en su clásico
trabajo seminal (1967), sentido que por otra parte parece dársele
tácitamente en la literatura arqueológica, bien entendido que
tanto las unas como las otras conforman patrones genéricos de
organización social post-igualitarista dentro de los cuales es
posible concebir la definición de diferentes modos de producción.
Más específicamente, este trabajo se centra en el dominio de las
sociedades jerarquizadas, asumiendo que, si bien la interrelación
de los procesos de surgimiento y consolidación de la jerarquización
y estratificación social en las edades del Cobre y del Bronce
es innegable, la problemática teórica implícita en el segundo
de esos campos de investigación, frecuentemente designado como
origen del Estado, es tan amplia e intrincada (un auténtico
avispero teórico) que difícilmente podría ser tratada aquí
de forma apropiada - cf. algunas síntesis a este respecto
en Haas, 1981; 1982; Gailey, 1985; Gailey-Patterson, 1988; Paynter,
1989; etc.).
Dentro de la teoría funcionalista del origen del Estado, la Jefatura
como modelo de organización social previo al Estado ha sido objeto
de una destacada controversia generadora de una abundante literatura
teórica y aplicada - véanse diferentes resúmenes de la
misma en (Pebbles y Kus, 1977; Carneiro, 1981; Spencer, 1987;
Earle, 1987; Sarmiento, 1992). En síntesis, podría afirmarse que
la noción de Jefatura ha sido objeto de una definición dual, ya
que, si por una parte ha sido descrita a partir de la expresión
territorial que asume como forma de gobierno, sin referencia
a un sistema de relaciones sociales de producción específico,
por otra ha sido fundamentado en torno a la redistribución
en el marco de sociedades segmentarias no igualitarias pero tampoco
de nivel estatal.
Así, por una parte, en esa acepción que denominaremos territorial,
la Jefatura es descrita estrictamente como estructura política
y de gobierno intra-grupal sin referencia a un sistema específico
de relaciones sociales de producción:
"Chiefdoms are characterized by increased complexity of
organization, productivity and population density. Moreover,
chiefdoms possess institutionalized offices of leadership: the
chief and his associates." (Peebles y Kus, 1977:422)
"A chiefdom is an autonomous political unit comprising
a number of villages or communities under the permanent control
of a paramount chief." (Carneiro, 1981:45)
"Chiefdoms are probably best defined as regionally organized
societies with a centralized decision-making hierarchy coordinating
activities among several village communities." (Earle,
1987:280)
"I have defined the chiefdom in essentially political
terms, as a cultural system with a particular form of decision-making
organization." (Spencer, 1987:377)
Al proponerse la expresión externa/espacial de la estructura
del decision-making, una suerte de vago modelo centralizado
de ordenación territorial, como indicador definitorio de su naturaleza
como categoría o patrón de organización sociopolítica, la Jefatura
asume dos contradicciones. En primer lugar, los conceptos funcionalistas
de Jefatura y Estado no representan categorías teóricas excluyentes:
definidos respectivamente como "... una unidad política
que comprende una serie de aldeas o comunidades bajo el control
de un jefe supremo..." (Carneiro, 1981:45), y como "...una
unidad política autónoma que comprende muchas comunidades dentro
de su territorio y que tiene un gobierno centralizado..."
(Carneiro, 1970:733), Jefatura y Estado resultan indiferenciables,
puesto que cualquier formación social histórica que se
ajuste a tal definición de Jefatura se ajustará a la subsiguiente
definición de Estado (Nocete Calvo 1984:297). En segundo lugar,
la ambigüedad inherente a esta definición de Jefatura ha permitido
su aplicación a una vasta gama de situaciones empíricas: incluso
los señoríos feudales de la Europa medieval han sido agrupados
bajo el concepto de Jefatura, ya que, efectivamente constituirían
una "sociedad regionalmente organizada" provista
de una "jerarquía centralizada responsable de la coordinación
de tareas entre comunidades aldeanas" (Earle, 1987:288).
En este sentido, en su acepción territorial, la noción
teórica de Jefatura puede albergar modos de producción históricamente
dados tan diversos que, en la práctica ha devenido un concepto
escasamente significativo (Carandini, 1992:515).
Por otra parte, la conceptualización de la Jefatura de E. Service
(1984), a la que designaremos como redistributiva, se acerca
más a una caracterización interna o socioeconómica, no deteniéndose
en la mera descripción de la expresión territorial que el modelo
asume. Service plantea la Jefatura como modelo basado en una estructura
de relaciones sociales de producción de base parental organizada
de acuerdo con el esquema del Clan Cónico definido por
P. Kirchhoff (1959), en el que cada individuo establece su posición
en la sociedad en función de la proximidad de su parentesco con
el ancestro fundador mítico mediante la combinación de los factores
de descendencia y primogenitura y en el que la redistribución
actúa como mecanismo ordenador del acceso al producto social.
La figura del redistribuidor, retomada por Service de los trabajos
de M. Sahlins sobre las jefaturas de las islas del Pacífico (Sahlins,
1958; 1963) se inserta en el vértice superior de ese esquema cónico,
asumiendo funciones de coordinación en las tareas productivas
y distributivas así como funciones religiosas. Esta acepción insiste
más en la definición de los elementos internos del sistema social
que en su expresión territorial, lo cual permite a Service rechazar
explícitamente la ecuación Jefatura-Feudalismo (Service, 1984:100-102)
que asumían otros autores con los que él comparte una perspectiva
teórica común del Estado y su origen, a pesar de que, como éstos,
el propio Service encuentra dificultades en diferenciar las categorías
de Jefatura y Estado (Service, 1984:327).
Alternativamente, desde diferentes perspectivas marxistas se
han ofrecido marcos de análisis del origen del estado sustancialmente
diferentes que no han necesitado hacer uso de la problemática
acepción territorial de la noción de Jefatura. La acepción
redistributiva de la categoría Jefatura, sin embargo, ha
sido retomada desde la historiografía marxista reciente de este
problema, ya que la definición del complejo intensificador/redistribuidor
inserto en el marco del sistema jerarquizado de relaciones sociales
de producción de base parental que define el clan cónico, una
vez adecuadamente contextualizado en las nociones marxistas del
Estado y de su origen, ha aportado el elemento teórico central
que sirve para ordenar la propiedad de los medios de producción,
la organización de la producción y la distribución del producto
en las sociedades de nivel intermedio entre las sociedades igualitarias
y las sociedades estatales.
Así, varios teóricos marxistas han ofrecido una descripción del
patrón de organización social correspondiente a las sociedades
complejas pre-estatales, que, a pesar de presentar bases conceptuales
y terminológicas ligeramente diferentes y a pesar de la (a veces
sorprendente) desconexión mutua, son básicamente coincidentes
en lo estructural, es decir, en la definición del sistema de articulación
entre las fuerzas productivas, la propiedad de los medios de producción
y las reglas de circulación del producto. Las nociones de Modo
de Producción Comunista Primitivo en su variante de Redistribución
Compleja (Hindess y Hirst, 1979), Modo de Producción Comunal
(Gailey y Patterson, 1988), Modo de Producción Doméstico Intensivo
(Sahlins, 1983), Sociedad Jerarquizada (Fried, 1967; Friedman,
1977), Sociedades con Grandes Hombres Intensificadores-Redistribuidores
(Godelier, 1971; 1986; Harris, 1982; 1989) o Sociedad Jerárquica
Tribal (Sarmiento, 1992) muestran una comunidad de elementos
estructurales suficiente como para ser consideradas mutuamente
complementarias en la articulación teórica del patrón de organización
social que supera en niveles de complejidad a las sociedades de
banda y tribales y que en determinadas circunstancias puede evolucionar
espontáneamente hacia el Estado (i.e. de forma prístina,
sin que intermedie la acción de un Estado preexistente).
Tal patrón o modelo de organización social elude la problemática
acepción territorial de la noción de Jefatura y utiliza
los elementos conceptuales básicos de la heurística de los modos
de producción, sobre la base, dicho sea de paso, de la comprensión
multilineal de los mismos implícita en el marxismo nuclear (Marx
y Hobsbawm, 1979) y no de la cerrada conceptualización unilinealista
que se venía aplicando desde el marxismo soviético (Klejn, 1993),
dentro de la noción teórica de Sociedad Jerarquizada propuesta
por M. Fried (1967). En realidad, la articulación y trabazón de
ambas líneas de análisis, neoevolucionista y neomarxista, ha probado
ser viable, como demuestra, por ejemplo, el ya clásico trabajo
de J. Friedman sobre la sociedad Cachín de Birmania (Friedman,
1977), los trabajos que desde la arqueología hispanoamericana
han reconfigurado la noción de cacicazgo (Sanoja y Vargas,
1987; Toledo y Molina, 1987; etc.), o la noción de Sociedad
Jerárquica Tribal, recientemente propuesta como alternativa
al propio concepto de cacicazgo (Sarmiento, 1992).
Nos referimos por tanto a un modelo de organización social que
consideramos complejo atendiendo a los niveles de producción,
de organización de la producción y de desigualdad en el acceso
a los medios de producción y/o al producto colectivamente generado.
Es un modelo de organización social, sin embargo, pre-estatal,
pre-estratificado o pre-clasista (consideramos equivalentes los
términos sociedad de clases, sociedad estratificada y estado) ya
que los niveles de desigualdad en el acceso de los individuos a
los medios de producción (sobre todo la tierra) y a los productos
subsistenciales básicos no han alcanzado o traspasado el umbral
de la sociedad de clases (es decir, tal acceso no está drásticamente
restringido por un segmento social conformado a partir de bases
otras que la edad y sexo de sus integrantes, sobre la base de la
coerción física y la tributación) y no rompen por tanto el principio
subyacente de solidaridad y comunalismo subsistencial que existe
dentro de las sociedades igualitarias.
A pesar de que ha sido designado con diferentes denominaciones,
este modelo de organización social puede ser definido con bastante
nitidez en sus elementos estructurales. Al objeto de examinar su
aplicabilidad para el reconocimiento de las formaciones sociales
de la Edad del Cobre en el Suroeste de la Península Ibérica lo
referimos aquí genéricamente como Sociedad Jerarquizada Comunalista,
asumiendo que representa un ciclo o estadio elemental de la Sociedad
Jerarquizada, y pasamos a continuación a describir sintéticamente
sus elementos estructurales, atendiendo a los seis modelos de base
marxista anteriormente citados.
II.b.- Contenido del concepto
En la esfera productiva subsistencial, las sociedades jerarquizadas
comunalistas presentan respecto a las de nivel inferior decomplejidad
una importante capacidad de intensificación de la producción
agrícola y ganadera que posibilita acumulaciones significativas
de producto excedente imposibles en las sociedades de organización
más simple. El incremento de la producción y la generación de
excedentes productivos se presenta como consecuencia de la interacción
de factores múltiples como la concurrencia de unas condiciones
ecológicas específicas, la mayor productividad del trabajo, derivada
de la mejora de la tecnología y del aumento de la cantidad y efectividad
de la fuerza de trabajo empleada, así como la acción de instituciones
sociales, políticas e ideológicas especializadas en la intensificación.
La disponibilidad de excedentes genera, al propio tiempo, el surgimiento
de productores especialistas, bien en la gestión, administración
y redistribución del mismo producto colectivo, bien en la elaboración
secundaria de productos agropecuarios o inorgánicos (piedra, metal),
o bien en actividades ideológicas (por ejemplo religión), no directamente
vinculados con la producción primaria de los bienes subsistenciales
básicos.
En la esfera de la organización e implantación territorial, la
mayor seguridad y estabilidad económica y reproductiva del sistema,
estimula un potente crecimiento demográfico - que a la vez tiene
un efecto retroactivo sobre la producción - cuyas consecuencias
se aprecian en el crecimiento del tamaño de las comunidades individuales
y en la extensión del poblamiento humano a regiones periféricas
(de producción agropecuaria marginal) que previamente habían permanecido
deshabitadas: respecto a su capacidad de implantación, la sociedad
jerarquizada es en esta esfera radicalmente diferente de las sociedades
más simples de las que deriva.
El sistema de poblamiento se sustenta sobre una unidad básica
de asentamiento que es la aldea integrada por uno o más
linajes. La expansión demográfica propicia la extensión del poblamiento
humano a áreas progresivamente más alejadas en forma de linajes
o ramas de linajes que fundan comunidades satélite de la
comunidad matriz original, asumiendo el patrón de asentamiento
una forma que podría ser denominada territorio parental.
En palabras del propio M. Fried:
"In some instances, connections are maintained between
the original and the new settlement and, in part of these cases,
the relations have elements of subordination, particularly in
matters of ritual. In other instances, connections may be weak
and almost devoid of content, forgotten with the passing of the
pioneer generation which could actually look to a parental group
in the old village. Where relations are maintained, the ranking
system of the offshot village usually articulates with that of
the parent village, a situation reinforced by using kinship categories
and terminology." (Fried, 1967:113)
En la esfera de las relaciones sociales de producción, el sistema
sigue basado en el parentesco, que constituye el marco que rige
y ordena la propiedad de los medios de producción, la organización
de las tareas de producción, así como la distribución y consumo
del producto. El modelo específico de relaciones sociales de producción
de base parental que identifica genéricamente este tipo de sociedades
puede ser referido como cónico, y por su propia naturaleza, estimula
el desarrollo de principios de descendencia explícitos así como
la jerarquización de los linajes en función de su proximidad con
el linaje de referencia.
Paralelamente, es destacable en esta esfera la inexistencia de
propiedad privada de los medios de producción, muy especialmente
la tierra, ni siquiera en los estadios o ciclos más avanzados de
la evolución de esta sociedad, como el que pueden representar las
más complejas de las jefaturas de las islas del Pacífico, como
Hawai, Samoa, Tonga o Tahití (Godelier, 1971) o el nivel Gumsa
en la sociedad Cachín de Birmania, donde la tierra es una propiedad
estrictamente comunal, que nunca entra en la esfera de circulación
de bienes y por lo tanto no puede ser acumulada como otros bienes (Friedman,
1977:207).
Una figura clave en el esquema de relaciones sociales de producción
de esta fase es la del Gran Hombre Intensificador-Redistribuidor
o Jefe, un anciano o un adulto prestigioso cuya función
es normalmente adscrita, aunque puede llegar a ser heredada. Básicamente,
el Gran Hombre tiene como funciones esenciales el estímulo e incremento
de la producción agrícola y la redistribución del producto colectivo,
lo cual implica la organización ocasional de festines opulentos
que refuerzan su liderazgo así como el mantenimiento de la cohesión
intra-grupal, aunque también puede tener entre sus funciones la
organización de la guerra o ceremonias religiosas.
Dentro de las sociedades jerarquizadas pueden establecerse diferencias
en la naturaleza del poder del Gran Hombre y sus colaboradores
en función, primero, de las fuentes de su prestigio (redistribución,
guerra, religión) y, segundo, del carácter hereditario o adscrito
de las funciones del liderazgo. Así, M. Sahlins (1958) distingue
cuatro niveles de complejidad en las sociedades jerarquizadas
de Polinesia, mientras que I. Goldman (1970) distingue tres; en
el análisis comparativo de varias sociedades jerarquizadas de
Nueva Guinea con el que culmina su estudio de los Baruya, M. Godelier
(1986), realiza una distinción dentro de las sociedades de Grandes
Hombres - entre las que incluye a los Baruya - en función
de que predomine, bien el prestigio militar y/o religioso o bien
el prestigio de redistribuidor; asimismo, en su análisis de la
sociedad Cachín de la Alta Birmania, J. Friedman (1977) distingue
dos niveles de desarrollo de la jerarquización, en el que el superior,
el Gumsa representa una acentuación de las funciones jerárquicas
respecto al inferior, el Gumlao.
Es importante destacar que esta variabilidad se mantiene dentro
del esquema comunalista de la sociedad jerarquizada en el sentido
de que la articulación entre relaciones sociales de producción
y fuerzas productivas que comporta un principio de solidaridad
(no igualitarismo) en el acceso a los recursos no se modifica.
De hecho, aunque entre los Baruya, los Grandes Hombres
con mayor prestigio son guerreros y chamanes, también existen
redistribuidores prestigiosos; en otras sociedades de Nueva Guinea
como los Gahuku-Gama simplemente se combinan ambas fuentes de
prestigio para definir el liderazgo (Godelier, 1986). Similarmente,
en la sociedad Cachín el ciclo más evolucionado de complejidad
del liderazgo, el Gumsa, siempre alcanza un límite estructural
que le retrotrae al nivel básico de jerarquización o Gumlao (Friedman,
1977). La acentuación de la jerárquización intra-grupal que propician
las funciones especializadas de gestión económica que implica
esta institución puede venir acompañada incluso por la inserción
en el esquema de relaciones sociales de determinadas formas de
coerción anteriormente desconocidas sin que ello implique la existencia
de explotación intragrupal - aparte de la que pueda derivarse
por los estatus de sexo y edad - sobre la base de un aparato coercitivo
sistemático de tipo estatal; antes al contrario, ese poder coercitivo
de los líderes está fuertemente restringido y limitado por la
representación que ostentan de los intereses colectivos de toda
la comunidad, lo cual debe ser considerado un demarcador básico
entre la sociedad jerarquizada y la sociedad estratificada o estatal
(Fried, 1967; Friedman, 1977; Hindess y Hirst, 1979; Sahlins,
1983; Haas, 1982; Harris, 1989). En general, la acentuación de
la jerarquización intragrupal supone la aparición y proliferación
de elementos materiales de prestigio y estatus (símbolos) asociados
a los niveles sociales más altos.
En la esfera super-estructural, la institución del Gran Hombre
o Jefe asume asimismo funciones de liderazgo religioso que incluyen,
por una parte, la movilización y coordinación de los recursos materiales
y humanos necesarios para levantar complejas construcciones monumentales
que refuerzan su liderazgo y la cohesión intra-grupal, y por otra
su actuación como intermediario entre la sociedad y el complejo
de divinidades y antepasados míticos.
En definitiva, de acuerdo con la descripción aquí asumida, la sociedad
jerarquizada comunalista se configura como un sistema de
organización social complejo que no ha traspasado el umbral de
la organización social estratificada o estatal. Esta noción se
aproxima bastante a la versión marxista del cacicazgo y
a la noción de sociedad tribal jerárquica según han sido
recientemente empleadas por arqueólogos hispanoamericanos:
"Partimos de entender el cacicazgo como un estadio de
evolución social donde lo determinante es la jerarquización social,
teniendo por tal una estructura que permite la distribución de
la producción social. Desde este punto de vista, el cacicazgo
no es una sociedad igualitaria, pero tampoco existe una estratificación
característica de una sociedad estatal y de clases. El cacicazgo
sería un punto intermedio (en términos de evolución) entre una
sociedad relativamente simple (pero más compleja que una banda
de cazadores y recolectores) y una sociedad de clases." (Toledo
y Molina, 1987:196)
"Llamaremos sociedad cacical al estadio social antecedente
inmediato a las sociedades clasistas-estatales, el cual, sin
embargo, puede considerarse como una fase superior de las sociedades
tribales o igualitarias y como una consecuencia evolutiva de
las mismas. La sociedad tribal jerárquica, como fase superior
de la sociedad tribal, es una consecuencia evolutiva de ella.
Es un tipo social que no presenta todavía una división social
en clases, que sería el rasgo cualitativo distintivo de las sociedades
estatales, pero tampoco es una sociedad "igualitaria",
ya que existe cierta jerarquía entre los individuos, característica
que la diferencia de las sociedades tribales." (Sarmiento,
1992:80)
Este patrón de organización social presenta los elementos estructurales
necesarios como para que, en determinadas circunstancias económicas,
ecológicas y procesuales se produzca una transición prístina al
Estado, problema que, en el contexto actual de la investigación
prehistórica, es de igual o mayor relevancia que el de la naturaleza
y configuración del propio patrón de organización social del que
el Estado emerge, y para explicar el cual en la actualidad se han
lanzado diferentes hipótesis desde la investigación arqueológica
y antropológica.
En cualquier caso ¿cómo contribuye la noción de sociedad jerarquizada
comunalista a la interpretación de las comunidades de las etapas
finales de la Edad del Cobre en el Suroeste de la Península Ibérica?
Una breve síntesis del registro arqueológico disponible en el momento
presente permitirá afrontar este problema en la siguiente sección
de este trabajo.
III.- FORMACIONES SOCIALES JERARQUIZADAS COMUNALISTAS EN EL
SUROESTE DE LA PENINSULA IBERICA. LA EDAD DEL COBRE (c.
2500-1700 a.n.e./3200-2100 cal ANE)
III.a.- Registro empírico
Van siendo cada vez más numerosas las dataciones absolutas que
sostienen el complejo arqueográfico que se ha venido adscribiendo
tradicionalmente a la Edad del Cobre en el Suroeste - concretamente
40 frente a las 75 actualmente disponibles para el Sureste peninsular.
Sin embargo, y a pesar de la importante mejora de la información
disponible que se ha producido dentro de este apartado en los últimos
quince años, la ubicación en el tiempo de ciertos rasgos arqueográficos
cruciales para la comprensión de la primera fase de expansión de
las sociedades complejas en el mediodía peninsular permanece por
el momento incierta. Además, y al igual que en el caso de la Edad
del Bronce, la disponibilidad de evidencias empíricas para el análisis
de los procesos sociales y económicos que tienen lugar en la última
etapa de la Edad del Cobre aparece marcada por una historiografía
histórico-cultural concentrada de forma predominante en el registro
funerario. [1]
En el nivel del registro habitacional, a partir de c. 3200
cal ANE se produce una fuerte diversificación de los asentamientos,
que han sido clasificados en tres tipos básicos (Morais, 1982)
de acuerdo con su extensión y de acuerdo con la presencia o ausencia
de estructuras defensivas:
- Hábitats de muy pequeña extensión (> 1 ha. y 30 - 50 habitantes
aprox.) fuertemente fortificados y normalmente emplazados en cerros
con buenas condiciones defensivas naturales. Los que han sido
explorados de forma sistemática son Monte da Tumba (Tavares y
Soares, 1985; 1988) Castelo do Giraldo (Paço, 1962; Paço y Fernández,
1961), Cerro dos Castelos de Sao Bras (Parreira, 1983), Castelo
de Santa Justa (Santos Gonçalves, 1980a; 1980b; 1981; 1982; 1983;
1984a), Cabezo de los Vientos (Piñón, 1987a; 1987b), Monte Novo
dos Albardeiros (Santos Gonçalves, 1988) y Palacio Quemado (Hurtado
Pérez y Enríquez Navascués, 1991).
- Hábitats de pequeña extensión (1-5 has y 150 a 350 habitantes
aproximadamente) sin fortificaciones y situados tanto en cerros
con buenas condiciones defensivas como en llano. Es la categoría
más representada, y entre los que han sido objeto de excavaciones
se encuentran Possanco, Alcalar, Cerro do Castelo de Corte Joao
Marques (Oliveira, 1990), Sala 1 (Santos Gonçalves, 1987b), Papa
Uvas (Martín de la Cruz, 1985; 1986a; 1986b; etc.), La Morita
(Acosta Martínez et alii, 1987), Los Cortinales (Gil Mascarell
y Rodríguez Díaz, 1987), TESP3 (Santos Gonçalves, 1990), El Negrón
(Cruz-Auñón et alii, 1992a) y otros.
- Hábitats de muy grande superficie (50-100 ha. y 500 a 1000 habitantes
aproximadamente) no fortificados o delimitados por estructuras
defensivas menos complejas que las de los fortines. Los poblados
de esta categoría que han sido explorados son La Pijotilla que
tiene una extensión de unas 90 hectáreas (Hurtado Pérez, 1992),
Ferreira do Alentejo, de aproximadamente 50 ha (Morais, 1982)
y Valencina de la Concepción, para el que se ha propuesto una
extensión de c. 300 ha (Martín de la Cruz y Miranda, 1988)[2].
La inserción de todas estas categorías de asentamientos entre c.
3200 y 2100 cal ANE está actualmente respaldados por una serie
de 24 dataciones de radiocarbono procedentes de Monte Novo dos
Albardeiros, Sala 1, TESP3, Monte da Tumba, La Pijotilla, Castelo
de Santa Justa, Palacio Quemado, Valencina de la Concepción y El
Negrón. Naturalmente, a esta clasificación de lugares de habitación
permanentes al aire libre[3] habría que añadir las categorías
de los hábitats en cueva y en campamentos semipermanentes o estacionales,
así como otras categorías de yacimientos relacionados por una parte
con la producción económica tales como las estaciones de producción
lítica (los denominados talleres líticos) y las explotaciones
mineras, y por otra con la reproducción ideológica de estas formaciones
sociales (cuevas y abrigos con pinturas rupestres).
En lo que concierne al registro funerario, desde finales del IV
milenio hasta c. 2100 cal ANE todos los patrones de enterramiento
registrados en el Suroeste son colectivos, distinguiéndose dos
tipos de contenedores principales:
- Por una parte se utilizan cuevas artificiales de diversa
tipología constructiva que ofrecen una concentración destacada
en el Algarve y otra a lo largo de las tierras bajas del valle
del Guadalquivir, con una fuerte concentración entre los ríos
Guadalete y Corbones. Recientemente se han obtenido varias dataciones
de radiocarbono para una de las cabañas de poblado de El Negrón,
asociado a la necrópolis Antoniana, que sitúan estos enterramientos
a comienzos del III milenio cal ANE (Cruz-Auñón et alii,
1992a), lo cual es bastante consistente con la cronología que
se les había adjudicado tradicionalmente a partir de las evidencias
arqueológicas (Rivero Galán, 1988).
- Por otra parte se siguen construyendo (o se reutilizan) construcciones
megalíticas de diversa tipología arquitectónica. Un tipo
de construcción novedosa que se desarrolla a partir de c.
2900/2800 cal ANE es el tholos, complejo arquitectónico
consistente normalmente en corredor a base ortostatos y cámara
fabricada con falsa cúpula, pero que a veces no constituye sino
una solución arquitectónica intermedia entre el monumento megalítico
construido con grandes ortostatos de piedra y la cueva artificial.
Dos tholoi situados en la Cuenca Media del Guadiana, La
Pijotilla (Hurtado Pérez, 1995) y Huerta Montero (Blasco y Ortiz,
1992) han sido fechados por radiocarbono a lo largo del III milenio
cal ANE.
Estos dos patrones de enterramiento comparten el rasgo básico
de agrupar un número de personas variable dentro de una cámara
funeraria colectiva de tamaño también variable pero que a veces
es capaz de albergar más de doscientos individuos - caso del enterramiento
3 de La Pijotilla (Hurtado Pérez, 1995) - en un reducido espacio.
Los ajuares de los inhumados en estos enterramientos colectivos
son bastante homogéneos en todo el cuadrante suroccidental peninsular
y suelen integrar una diversa gama de artefactos:
- Artefactos de carácter tecnómico (representativos del sistema
de producción económica): flechas, hachas, cuchillos y otros medios
de producción de piedra, espátulas, agujas y punzones de hueso,
recipientes de cerámica y piedra, etc.
- Artefactos de carácter sociotécnico (representativos de la naturaleza
social de la persona): peines de marfil y hueso, collares de cuentas
de hueso, piedra u otros materiales exóticos y, más raramente,
hachas y puñales de cobre.
- Artefactos de carácter ideotécnico (representativos del sistema
de expresión ideológica de la estructura de relaciones sociales
de producción): ídolos de diversa tipología.
Si bien por el momento no se han realizado análisis espaciales
que contribuyan a definir los patrones según los cuales se articulan,
a escala macro o regional, las diferentes categorías del registro
habitacional y funerario anteriormente descritas, una lectura preliminar
de los datos existentes permite realizar algunas inferencias:
- Dentro del cuadrante suroccidental de la Península Ibérica,
el bajo valle del Guadalquivir constituye un espacio periférico
respecto a las dinámicas áreas nucleares de la desembocadura del
Tajo y del Sureste. Una revisión reciente de las evidencias acumuladas
por las ya abundantes prospecciones sistemáticas realizadas en
esta zona (Cruz-Auñón et alii, 1992b) confirma la ausencia
de asentamientos fortificados y el vasto predominio de poblados
al aire libre emplazados en terrenos llanos y asociados a áreas
de transformación lítica y de almacenamiento así como a necrópolis
de cuevas artificiales.
- La distribución de los asentamientos de la Edad del Cobre en
el curso medio del Guadiana, que ha sido inventariados de forma
sistemática (Enríquez Navascués, 1989; 1990; Calado, 1993), parece
sugerir que la aparición de poblados fortificados tiende a verificarse
en la zona de contacto entre las tierras llanas y muy productivas
del valle del Guadiana y las primeras estribaciones de las áreas
montañosas de suelos esquistosos que la circundan por el Sur y
el Oeste, mientras que los poblados no fortificados se concentran
en los márgenes del río. Este patrón puede ser interpretado de
dos formas:
a) Si se asume que la distribución de los poblados es expresión
del patrón de asentamiento sincrónico de las comunidades que habitaban
la Cuenca Media del Guadiana y si se asume que tales comunidades
conforman un territorio relativamente ordenado y articulado desde
un/os lugar/es central/es, entonces se podría considerar que la línea de
poblados fortificados sobre el pie de las estribaciones montañosas
constituye una demarcación del territorio de un conjunto de comunidades
económica, política o ideológicamente articuladas. Las fortificaciones
funcionarían entonces como una auténtica frontera frente
a las comunidades que habitasen las zonas montañosas menos productivas
situadas al Sur.
b) Si por el contrario no se acepta tal premisa, y se considera
que la dispersión de los poblados es expresión de la acumulación
diacrónica de comunidades relativamente independientes no ordenadas
por un centro, entonces la línea de fortificaciones sugeriría que
la expansión del poblamiento humano por los rebordes de las franjas
más productivas de la cuenca del Guadiana comporta, bien una reducción
de la productividad subsistencial hasta niveles que obligan a
las comunidades a proteger el excedente antes situaciones de crisis
productiva, bien necesidad de defender el excedente frente a comunidades
sistemáticamente deficitarias[4].
- La mayor concentración de poblados fortificados de todo el Suroeste
parece darse en las regiones portuguesas del Bajo y Alto Alentejo.
En este área, la articulación de los hábitats fortificados y abiertos
pudo estar condicionado por su carácter de espacio periférico respecto
a VNSP (Monte da Tumba o Torrao) o bien por condiciones semejantes
a las expuestas para el caso de la Cuenca Media del Guadiana (Castelo
de Sao Bras o Castelo de Santa Justa).
Tanto la relativa diversidad de comarcas naturales integradas
en el cuadrante suroccidental como la proximidad/lejanía respecto
del territorio nuclear de las formaciones sociales más dinámicas
de esta etapa, VNSP y Los Millares, podría servir para dar cuenta
de la existencia de las variaciones de patrones de asentamiento
en el Suroeste, pero en todo caso son necesarios estudios a nivel
comarcal, que permitan, primero, definir el inventario de localizaciones
dentro cada una de las diferentes categorias, y, segundo, analizarlas
espacialmente. En este sentido, los Programas de Investigación
Sistemática mencionados al comienzo pueden deparar resultados
cruciales.
III.b.- Interpretación
Una lectura interpretativa general del registro arqueológico esbozado
anteriormente sugiere que a partir de c. 3200 cal ANE las
formaciones sociales del Suroeste peninsular experimentan importantes
transformaciones en todas las esferas.
En la esfera de la implantación territorial, parece claro que
a partir aproximadamente de esa fecha se produce una expansión
del poblamiento humano hacia regiones previamente deshabitadas,
tanto en Andalucía Occidental (Cruz-Auñón et alii, 1992b),
como la en Baja Extremadura (Enríquez, 1989; 1990; Hurtado Pérez,
1995) como en el Sur de Portugal (Oliveira, 1990), lo que coincide
con la tendencia observada a escala continental en este periodo
concreto (Sherrat, 1981; Shennan, 1986; Champion et alii,
1988; Delibes de Castro y Fernández Miranda, 1993). El incremento
en el número total de asentamientos ocupados y el incremento en
el tamaño general de los mismos sugieren asimismo que esta expansión
está relacionada con un crecimiento demográfico sustancial. Atendiendo
al número total de localizaciones referidas en una serie de cartas
arqueológicas de diversas comarcas del Suroeste (Amores Carredano,
1982; Ruiz Delgado, 1985; Rodríguez Díaz, 1986; Oria et alii,
1990; Fernández Caro, 1992; Calado, 1993), se observa que el número
de atribuciones realizadas al periodo c. 3200-2100 cal
ANE es precisamente el más alto, lo que contribuye a reforzar
la impresión de que esta etapa constituye en efecto una de las
de más fuerte expansión del poblamiento humano en el Suroeste
durante la Prehistoria Reciente - cf. para una posible
explicación alternativa de este fenómeno (Hurtado Pérez y García
Sanjuán, 1996).
La esfera de la producción subsistencial, experimenta asimismo
a partir de c. 3200 a.n.e. importantes transformaciones
respecto a su trayectoria histórica previa. Como se ha afirmado
en relación con los procesos de expansión demográfica y territorial
a escala continental europea, la expansión poblacional hacia terrenos
de potencialidad agrícola marginal que se observa en el Suroeste
peninsular en esta etapa puede estar relacionada con un sustancial
incremento de la productividad agrícola, consecuencia de avances
tecnológicos tales como la introducción del arado y el comienzo
de la utilización mas o menos sistemática de la tracción animal,
aspectos de lo que se ha venido a denominar segunda generación
de economías agrarias en Europa (Sherrat, 1981). Un conjunto
bastante compacto de evidencias sugiere que este proceso tiene
lugar en el Suroeste a partir de la Edad del Cobre.
- Por una parte, y como se discute a continuación, los animales
domésticos de tiro como los bovinos muestran una gran importancia
en los cuadros de especies animales obtenidos de asentamientos
como Zambujal y Valencina de la Concepción, lo que puede relacionarse
con una extensión del uso del arado.
- Por otra parte, a partir de c. 3200 cal ANE se produce
en los asentamientos del Suroeste un incremento masivo de la frecuencia
de medios de producción agrícola tales como dientes de hoz y láminas,
hachas pulimentadas y molinos, y asimismo se generaliza la utilización
en los hábitats de silos para almacenamiento de cereales, todo
lo cual apunta hacia la consolidación de economías subsistenciales
sistemáticamente excedentarias.
- En tercer lugar, la recurrencia de pesas de telar y ciertos útiles
que vienen siendo interpretados como queseras en los poblados
de esta etapa en el Suroeste sugiere asimismo la importancia de
los productos ganaderos derivados en el consumo subsistencial,
dirección a la que apunta más particularmente el cuadro de edades
de sacrificio de ciertas especies en el poblado de Valencina de
la Concepción.
- Finalmente, las representaciones pictóricas de la Cueva de la
Pretina I en la Sierra de Cádiz constituyen las evidencias más
antiguas de posibles arados conocidas en el Suroeste peninsular,
y han sido precisamente ubicadas en algún momento indeterminado
entre finales de la Edad del Cobre y comienzos de la Edad del
Bronce (Topper y Topper, 1988).
El nivel de evidencias empíricas disponible sobre la naturaleza
de los productos cultivados en esta etapa es muy bajo actualmente.
A partir de los análisis de las columnas polínicas de El Acebrón
y Laguna de las Madres, A.C. Stevenson y R. Harrison (1992) concluyeron
que entre c. 3200 y 1800 cal ANE se produce en las tierras
llanas onubenses la configuración de un sistema primitivo de explotación
agropecuaria sobre la base de la dehesas de encinas, en el que
pudo estar integrado el asentamiento de Papa Uvas (Martín de la
Cruz, 1994), pero los datos disponibles en la actualidad no permiten
extender esta interesante conclusión a otras comarcas.
En lo que se refiere a la ganadería, los únicos asentamientos de
esta etapa para los que se han publicado estudios faunísticos
son Papa Uvas (Morales, 1985; 1986; Álvarez y Chaves, 1986) y
Valencina de la Concepción (Hain, 1982). De acuerdo con la distribución
de especies ganaderas que se ofrece en las interpretaciones económicas
hasta ahora realizadas de los resultados de esos análisis (Harrison
y Moreno, 1985; Martín de la Cruz, 1994) se desprende que existe
una importante diferencia en las estrategias ganaderas de ambas
comunidades. La distribución de especies de Valencina de la Concepción
es totalmente consistente con la contemporánea de Zambujal
- cf. (Harrison y Moreno, 1985:74) y muestra un predominio
claro de los bóvidos (48%) y de los cerdos (26%) sobre los ovicápridos
(20%). El caballo está presente con un 3% del total (la proporción
habitual en todos los asentamientos del sur peninsular de esta
cronología), mientras que los animales salvajes (especialmente
el ciervo) suponen el 4% del total de especies consumidas. A partir
del patrón que asume la edad de sacrificio de los bóvidos de Valencina
de la Concepción, en este caso diferente del de los asentamientos
coetáneos de Zambujal y Cerro de la Virgen, se ha inferido que
la carne no constituía el único producto ganadero explotado, sino
que la leche y sus derivados eran objeto de una explotación económica
especial, lo que explicaría la alta proporción de terneros (Harrison
y Moreno, 1985:65).
Por su parte, la distribución de especies en Papa Uvas resulta
ser sustancialmente diferente, ya que la producción de bóvidos
(36%) y suidos (18%) es minoritaria frente a la de ovicápridos
(39%). El caballo no está presente, mientras que las especies no
domésticas conforman una proporción semejante a la de Valencina
(6%).
Las diferencias del cuadro de explotación de especies de Papa
Uvas respecto al de Valencina sugieren probablemente una economía
ganadera menos especializada en aquél asentamiento, dado que los
ovicápridos requieren menores inversiones para su explotación que
vacunos y cerdos.
Finalmente, es preciso hacer referencia a la dimensión de la
caza dentro del sistema productivo de determinadas regiones del
Suroeste. En el hábitat de Papa Uvas, las especies salvajes consumidas
en la última fase de su ocupación suponen un 5% del total (Martín
de la Cruz, 1994); además, la evolución del porcentaje de animales
salvajes entre la fauna consumida en este hábitat a lo largo de
toda su ocupación sugiere que la importancia proporcional de las
especies cazadas se mantiene constante. En el hábitat de El Negrón,
las especies animales más consumidas después de los cerdos y vacas
semi-domésticos son especies salvajes como el ciervo, el jabalí
y el conejo (Cruz-Auñón et alii, 1992a). Aparte de que
su presencia entre los restos faunísticos de los hábitats de este
periodo confirma el papel económico de la caza del ciervo, que
supone entre un 2% y un 8% del peso total de hueso animal en todas
las colecciones osteológicas de poblados del sur de la Península
Ibérica posteriores a c. 3200 cal ANE (Harrison y Moreno,
1985), existen evidencias indirectas de su esencial función económica
en las comarcas de la margen izquierda del Guadalquivir, donde
esta especie está presente de una forma sistemática en todas las
actividades rituales y simbólicas que permiten la reproducción
en la esfera ideológica. Así en las representaciones rupestres
de la Sierra de Cádiz fechadas en el III y II milenios cal ANE
(Topper y Topper, 1988), el ciervo es la especie animal más representada
con gran diferencia. Al mismo tiempo, en varias de las necrópolis
de cuevas artificiales de las tierras llanas situadas entre la
Sierra de Cádiz y el Guadalquivir, cráneos, mandíbulas y astas
de ciervo aparecen formando parte del ajuar funerario con relativa
frecuencia (Rivero Galán, 1988; Cruz-Auñón et alii, 1992a),
lo que subraya la importancia de su papel en la esfera super-estructural.
Dentro de la esfera de la producción no subsistencial, a lo largo
del periodo c. 3200-2100 cal ANE se produce el inicio de
la producción minera y metalúrgica en diversas zonas del Suroeste,
una de las áreas de mayor concentración de recursos mineros naturales
de la Península Ibérica. Las evidencias directas dentro
de este ámbito han ido incrementándose en los últimos años:
- En primer lugar, en la cuenca minera de Río Tinto, la datación
absoluta por termoluminiscencia de 2050 ± 300 a.n.e. obtenida
en el campamento metalúrgico del Bronce Final de Chinflón (Rothemberg
y Blanco, 1980), en el que las excavaciones realizadas sin embargo
no depararon registro arqueológico alguno correspondientes al
III milenio ANE (Pellicer Catalán y Hurtado Pérez, 1980), y la
proximidad de este campamento respecto del complejo dolménico
de El Pozuelo, han sido consideradas evidencia de una posible
economía metalúrgica calcolítica (Blanco y Rothemberg, 1981).
Otras localizaciones mineras y metalúrgicas de la cuenca minera
de Río Tinto que han sido adscritas de forma general a
la Edad del Cobre son Cerro Masegoso, Junta de la Gila, Cuchillares
(Blanco y Rothemberg, 1981) y Carretera de Gerena km 11.5 (Hunt
Ortiz, 1990). Tanto las atribuciones derivadas de las prospecciones
de A. Blanco y B. Rothemberg como la atribución del sitio de Chinflón
son por el momento inciertas. En este sentido, es de destacar
que las prospecciones sistemáticas que para el estudio de las
localizaciones minero-metalúrgicas se vienen realizando desde
el Proyecto Sierra de Huelva (Hunt Ortiz, 1990; 1991; 1992)
ofrecen hasta el momento resultados muy discretos en lo que se
refiere a la Edad del Cobre.
- En la Cuenca Baja del Guadiana, por otra parte, las minas de
Rui Gomes y Monte do Judeu y un grupo de asentamientos tanto fortificados
como abiertos, han aportado restos de procesamiento metalúrgico
que constituyen evidencias mucho más sustanciales de la metalurgia
de la Edad del Cobre en el Suroeste (Monge Soares et alii,
1994) que las obtenidas para la cuenca minera de Río Tinto hasta
la fecha.
- En tercer lugar, en la cuenca baja del Guadalquivir se han descubierto
estructuras de fundición de cobre en el asentamiento de Amarguillo
II (Cabrero García, 1987) en un contexto fechado por C-14 a mediados
del III cal ANE.
Las evidencias indirectas de la existencia de una economía
metalúrgica durante el la Edad del Cobre en el Suroeste son los
hallazgos procedentes de contextos funerarios. Se ha sugerido
que la escasez de ítems de ajuar metálicos en los enterramientos
megalíticos de la cuenca minera de Río Tinto podría obedecer al
expolio que suelen haber sufrido estos contenedores funerarios
ya desde antiguo (Blanco y Rothemberg, 1981:167). Aún cuando pudiera
aceptarse esta explicación como cierta para dar cuenta de al menos
parte de la escasez de ítems de prestigio metálicos en los enterramientos
megalíticos localizados en esta zona, en realidad la frecuencia
de artefactos metálicos en los ajuares de los enterramientos colectivos
de esta etapa es normalmente baja. En los enterramientos de tipo
tholos intactos recientemente excavados de forma sistemática
en la Cuenca Media del Guadiana se aprecia tal escasez: los enterramientos
1 y 3 de La Pijotilla, que contenían más de 200 individuos en
conjunto han deparado únicamente 1 puñal de cobre (Hurtado Pérez,
1995), lo que supone una proporción mínima del conjunto total
de artefactos de ajuar, mientras que entre los ítems de ajuar
publicados del tholos de Huerta Montero, asimismo intacto
y con aproximadamente un centenar de individuos inhumados, tampoco
se menciona ningún artefacto metálico (Blasco y Ortiz, 1992).
En lo referente a las cuevas artificiales de la cuenca baja del
Guadalquivir y del Algarve, en necrópolis como Rota, Marchena,
Acebuchal y Aljezur, que suman en total 121 enterramientos colectivos,
son descritos únicamente 9 ítems metálicos (2 puñales, 2 cinceles,
2 punzones y 1 punta de flecha) (Rivero, 1988). De los enterramientos
en cueva artificial intactos excavados recientemente en Andalucía
occidental, en la Cueva Antoniana de Gilena (sin señales de expolio)
donde aparecieron 13 individuos inhumados, se habían depositado
1 punzón y 2 cinceles (Cruz-Auñón y Rivero Galán, 1987), mientras
que en El Roquetito I de Valencina de la Concepción, con 33 individuos
inhumados, se hallaron 5 piezas metálicas (1 puñal, 1 sierra y
3 hachas) (Murillo et alii, 1990), por lo que puede ser
considerado uno de los enterramientos colectivos conocido por
excavación e intacto (al menos en el informe de la intervención
sólo se menciona la destrucción de una parte del acceso) en el
que el promedio de ítems metálicos de ajuar por individuos es
más alto.
Mientras que por el momento son inexistentes las evidencias de
intercambio de productos subsistenciales durante esta etapa, las
pruebas de la existencia de formas de intercambio de bienes de
prestigio elaborados con materias primas exóticas como marfil
o cáscara de huevos de avestruz durante esta fase son bien conocidas
(Gilman y Harrison, 1977) y consistentes con la dinámica de ostentación
del estatus personal dentro del enterramiento colectivo. La misma
presencia de evidencias de fundición en asentamientos como La
Pijotilla y Amarguillo II, relativamente alejados de los centros
de extracción del cobre más próximos (i.e. a unos 100 kms.
en línea recta de la comarca minera onubense), puede suponer la
existencia de redes locales de intercambio de materias primas
y de productos acabados.
En resumen, dentro de la esfera productiva, tanto subsistencial
como no subsistencial, durante la Edad del Cobre las formaciones
sociales del Suroeste peninsular consolidan un sistema económico
más seguro (excedentario), complejo y diversificado que el de
la etapa precedente. La transformación de materias primas exóticas
importadas y la paulatina extensión de la metalurgia comportan
una especialización en el proceso de trabajo dentro de la comunidad
y entre comunidades. No parece sin embargo que la progresiva extensión
de la tecnología metalúrgica constituya un vector causal principal
de la verticalización de las relaciones sociales que se produce
en esta etapa con respecto a la anterior, ya que la producción
metalúrgica se mantiene, al menos en un primer momento, en una
escala puramente doméstica, sin sustituir a las materias primas
tradicionalmente utilizadas en la fabricación de herramientas
(piedra, hueso, etc.). En el contexto del análisis de la primera
fase del proceso de transición hacia la Complejidad Social
en el Sureste peninsular se ha insistido en que la metalurgia
no constituye una fuerza causal capaz de alterar per se
el esquema de solidaridad comunalista de las sociedades jerarquizadas
constructoras de enterramientos colectivos de la Edad del Cobre
(Gilman, 1976; Martín Morales, 1985).
La medida en que la producción de ítems metálicos como sierras,
hachas planas, punzones y puñales se asocie a la exhibición o refuerzo
ideológico del estatus de forma directa al liderazgo es por el
momento una incógnita. Aunque dada la dinámica de ostentación del
rango social por medio de bienes de prestigio exóticos que es propia
de la Sociedad Jerarquizad Comunalista sería coherente suponer
que los primeros elementos fabricados en metal tuvieron como función
básica expresar y reforzar simbólicamente la ubicación de la persona
en el entramado clánico, de hecho, la escasez o incluso ausencia
de artefactos sociotécnicos de metal en enterramientos colectivos
como La Pijotilla o Huerta Montero sugiere que el valor del metal
como expresión ideológico-simbólica del estatus social no es necesariamente
todavía muy alto.
En las comunidades situadas en la margen derecha del río Guadiana
la metalurgia parece desarrollarse cerca del área de extracción,
pero dentro de la faja pirítica de Huelva (comarcas del Andévalo
y la Sierra de Huelva), que conoce por cierto a partir del Bronce
Final el comienzo de una economía metalúrgica orientada al intercambio
que perdura durante las épocas protohistóricas y romana, la extracción
y transformación de minerales metalíferos durante la Edad del Cobre
se produce a una escala ínfima, si es que se produce en absoluto.
De acuerdo con las evidencias discutidas anteriormente, parecen
ser mas bien las comunidades agrarias asentadas en las llanuras
aluviales del Bajo Guadalquivir o de la Cuenca Media del Guadiana
las que movilizan los recursos y la tecnología necesaria para transformar
los recursos mineros de la cuenca minera onubense en esos medios
de producción y/o bienes de prestigio que aparecen en los enterramientos
colectivos. En realidad, una visión total de la Historia
de las explotaciones mineras de Río Tinto sugiere que nunca las
comunidades locales han dispuesto de los recursos financieros necesarios
para acometer e iniciar espontáneamente explotaciones significativas
de los minerales allí existentes, y que sólo la intervención de
un agente económico externo ha aportado los recursos y la demanda
necesaria para activarla, tanto en época protohistórica, como romana,
como moderna y contemporánea.
Sólo al final de la fase arqueográfica que se ha denominado tradicionalmente Calcolítico
Final Campaniforme parece la metalurgia desarrollarse en
el área nuclear de VNSP en una escala productiva socialmente
relevante, es decir, que implique una especialización productiva
a tiempo completo y una producción sistemática de elementos de
prestigio que son utilizados por las elites clánicas. A partir
de la coincidencia en Zambujal de la distribución de la cerámica
campaniforme y de las evidencias de manufactura del cobre en
las estructuras de habitación, del hallazgo en este asentamiento
de un enterramiento con el típico ajuar campaniforme provisto
de las herramientas de un artesano del metal (Kunst, 1987) así como
del hallazgo de una vaso campaniforme en una mina prehistórica
de Aljustrel[5],
podría inferirse que el vaso campaniforme constituía un ítem
de prestigio relacionado, bien con élites sociales que también
utilizaban productos de cobre para reforzar sus estatus, bien
con grupos o castas de profesionales en ocasiones itinerantes
que controlaban la tecnología de extracción y manipulación del
cobre - respecto a esta segunda posibilidad existen interesantes
evidencias etnográficas (Hunt Ortiz y Ruiz Delgado, 1989) - o
bien con ambos a un tiempo. La medida en que este despegue temporal
de la actividad metalúrgica en el área nuclear vilanoviana afectase
a las comunidades asentadas en las diferentes comarcas del Suroeste
está aún por determinar.
Dentro de la esfera de las relaciones sociales de producción, el
aparente aumento de las tensiones territoriales intercomunitarias,
consecuencia del crecimiento demográfico, del incremento de la
disponibilidad de excedentes en estas comunidades (es decir, de
las necesidades de protección de ese excedente en circunstancias
de crisis subsistencial) y de la expansión territorial hacia los
márgenes de las zonas más productivas (allí donde los rendimientos
son menores y más fluctuantes y por tanto los excedentes más estratégicos),
viene acompañado de un proceso de verticalización de la estructura
social. Las formaciones sociales del Suroeste durante esta etapa
están internamente más jerarquizadas que las de las etapas históricas
precedentes.
Desde la óptica del registro funerario, un presupuesto generalmente
aceptado en relación con estos enterramientos colectivos es que
contienen unidades familiares extensas (clanes). Asumiendo
que tal presupuesto fuera correcto, a la espera de que sea objeto
de una contrastación empírica mediante el estudio de las posibles
relaciones de parentesco biológico entre los inhumados (por ejemplo
mediante análisis del ADN de los restos óseos), y con independencia
de cuál sea la naturaleza de esas unidades familiares (que puede
no ser la misma en todos los casos puesto que la desviación en
el número de inhumados en diferentes enterramientos es con frecuencia
amplia), una característica recurrente en los enterramientos de
este periodo es que las diferentes categorías constructivas
y de ajuar no conforman grupos (por separado o conjuntamente) independientemente
de los estatus de sexo y edad de los individuos y cruzando o cortando
las unidades de parentesco. Es decir, se constata una tendencia
a que, dentro de los grupos de parentesco, la distribución de los
ajuares sea homogénea y simétrica, del mismo modo que la complejidad
constructiva del contenedor funerario es común a todos los miembros
del grupo parental y del mismo modo que la ubicación en el espacio
del contenedor funerario es la misma para todos los miembros de
la unidad parental.
No obstante, si bien es cierto que los enterramientos colectivos
de este periodo muestran una acusada tendencia hacia la indiferenciación
intraparental en esa expresión ideológica tan trascendental
que supone el rito funerario, existen alguna evidencias puntuales
que sugieren que está ya en marcha un proceso de paulatina acentuación
del liderazgo intra-clánico. Así, dentro de la cámara de los tholoi de
la necrópolis de Alcalar se disponen espacios reservados para ciertos
individuos (Oliveira, 1990), mientras que en el enterramiento 3
de La Pijotilla se ha identificado un individuo cuyo equipo de
ajuar se distingue ligeramente de la norma predominante por la
naturaleza y cantidad de los ítems (Hurtado Pérez, 1995). Ello
sugiere que el estatus social de ciertos individuos comienza a
diferenciarse lo suficiente dentro de la comunidad como para que
ello se refleje ideológicamente de una forma explícita en el ritual
funerario; con todo, la cámara funeraria colectiva sigue constituyendo
el espacio común de enterramiento para todos por encima de las
diferencias y desigualdades sociales. Dicho en otras palabras: la
ideología comunalista se sobrepone netamente a la incipiente función
de liderazgo que parecen estar asumiendo algunos individuos.
En lo que se refiere a las relaciones inter-clánicas, se ha señalado
que las acumulaciones de ítems de prestigio en los enterramientos
colectivos y la variabilidad morfológica de los mismos es más limitada
en el Suroeste que en el Sureste, lo que sugeriría que la rivalidad
inter-clánica por el prestigio era más débil en el primer caso
(Barceló Álvarez, 1991:272). En la necrópolis de La Pijotilla se
han observado algunas diferencias en la naturaleza de los ajuares
dominantes en los distintos enterramientos: así, comparando los
ajuares de las tumbas 1 y 3, esta última muestra una mayor diversidad
en la tipología de artefactos (Hurtado Pérez, 1995). En general,
como ya se ha observado (Oliveira, 1990), muchos de los enterramientos
colectivos de esta etapa histórica suponen un menor esfuerzo de
coordinación colectiva y una menor inversión de trabajo que las
grandes construcciones megalíticas del IV milenio cal ANE, hecho
consistente con un proceso de relativa disgregación de la solidaridad
inter-clánica (que parece hacerse más patente en el registro funerario
a partir de c. 2100 cal ANE) ya que las diferentes grupos
de parentesco no participarían de forma frecuente en la construcción
colectiva coordinada de monumentos de piedra de colosales dimensiones
como los que parecen haber sido construidos a partir de mediados
del V milenio cal ANE.
Por consiguiente, los indicadores del registro funerario señalan
que las formaciones sociales de este periodo responden a un sistema
de relaciones sociales de producción no estratificado, sino tenuemente
jerarquizado y basado exclusivamente en el parentesco, donde el
comunalismo y el colectivismo tienen una importante función como
soporte del esquema de relaciones sociales. Las unidades familiares
muestran un grado de cohesión y compacidad internas tan alto que
la ideología predominante impone que los individuos de una generación
sean enterrados en las mismas cámaras funerarias (probablemente
ya osarios en realidad) que los de las generaciones anteriores.
En cuanto a los indicadores del registro habitacional, la severa
escasez de excavaciones horizontales en asentamientos dificulta
la valoración de las variaciones en las unidades de producción,
habitación y consumo. En el caso de las estructuras de almacenamiento,
en la cuenca del Guadalquivir se han registrado espacios de almacenamiento
dentro o en las inmediaciones de los poblados, los denominados campos
de silos, que parecen ser comunes para todo el poblado.
Este es el caso asimismo en el asentamiento de Sta. Vitoria, en
el Bajo Alentejo, donde existe un área específica de almacenamiento
(un grupo de silos subterráneos) aislado del poblado por
un pequeño foso de sección en V y por una cerca.
En lo que se refiere a las variables relativas a las características
morfológicas y asociaciones artefactuales dentro de las unidades
de habitación y consumo, en el hábitat de El Negrón se han excavado
varias estructuras de habitación (cabañas semi-subterráneas) y
todas presentan características comunes y asociaciones de artefactos
semejantes (Cruz-Auñón et alii, 1992a). Similar es el caso
de los fondos de cabaña del Cabezo de los Vientos en la zona occidental
de la comarca onubense del Andévalo, indiferenciados entre sí
(Piñón Varela, 1989). En este sentido, es imposible rastrear evidencias
de una zonificación sociopolítica del espacio intra-grupal
en estas comunidades. La construcción de estructuras amuralladas
no sirve para separar a un grupo de la comunidad de otro, como
parece ocurrir en determinadas regiones de Europa durante la Edad
del Bronce. Si la funcionalidad de los fortines no es mantener
a un segmento de la población separado del conjunto de la misma,
entonces se pueden plantear dos hipótesis, ya mencionadas anteriormente
en relación con el patrón de dispersión de los poblados amurallados
en la Cuenca Media del Guadiana:
- Su función es proteger los medios de producción básicos (ganado,
metal, etc.) y el producto excedente de comunidades muy pequeñas
(30 a 50 individuos aproximadamente) relativamente autosuficientes
e independientes de toda estructura política territorialmente organizada,
en un contexto territorial y demográfico de tensión y competencia
en el que los recursos necesitan ser protegidos. En este caso los
fortines actuarían como auténticas Cajas Fuertes (Barceló Álvarez,
1991). Una posible evidencia adversa a esta hipótesis es la ausencia
de silos o estructuras de almacenamiento permanentes en fortines
como el del Cabezo de los Vientos o Palacio Quemado - no obstante
la hipótesis puede ser correcta si los sistemas de almacenamiento
empleados comportaban contenedores móviles fabricados con materiales
perecederos y no, por ejemplo, estructuras excavadas arqueológicamente
detectables.
- Su función es actuar como avanzadilla fronteriza de una organización
política territorialmente ordenada bien para proteger el centro
del territorio de comunidades periféricas hostiles, bien para realizar
trabajos de prospección y explotación de recursos metalúrgicos.
Una posible evidencia en contra de esta hipótesis alternativa es
que no todos los poblados fortificados tienen evidencias de actividades
de extracción y/o transformación de minerales.
Aparte de la información que a este nivel proporciona el registro
funerario per se, existen algunos indicadores interesantes
sobre la forma que asume, dentro de la superestructura, la expresión
de este esquema de relaciones sociales. Las manifestaciones del
aparato simbólico-religioso de las formaciones sociales del Suroeste
durante el III milenio cal ANE son relativamente abundantes, y
se podrían agrupar en tres categorías (Bueno Ramírez, 1995). Por
una parte, los conocidos como ídolos, que son frecuentes
en contextos tanto habitacionales como funerarios (Hurtado Pérez,
1978; 1980; 1981; Fernández Gómez y Oliva Alonso, 1980; Enríquez
Navascués, 1983; etc.), y de los que existen diversos tipos de
acuerdo con la morfología y la naturaleza del soporte material;
por otra parte, las estelas grabadas, que han aparecido en El
Pozuelo, el Dolmen de Soto y Granja de Toniñuelo (Barceló, 1991;
Bueno Ramírez y Balbín Behrmann, 1994; etc.) y finalmente las
pinturas y grabados rupestres, concentrados en las sierras de
Cádiz y Mérida (Topper y Topper, 1988; León y García Verdugo,
1984; etc.). El hecho de que determinados motivos aparezcan a
veces repetidos en las tres categorías de expresión simbólica
por todo el Suroeste peninsular puede constituir un posible indicio
de la homogeneidad de los patrones ideológico-religiosos existentes
entre distintas formaciones sociales.
Los ídolos han sido considerados expresión de un sistema de creencias
centrado en una divinidad de la fertilidad o semejante,
lo que es congruente con el desarrollo de las primeras economías
agrarias excedentarias de la Prehistoria del Suroeste. Por otra
parte, y dada la asociación de las estelas antropomorfas con los
enterramientos colectivos, resulta especialmente interesante la
interpretación que se ha realizado de las mismas como totems o
identificadores clánicos (Barceló Álvarez, 1991) y aún más interesante
la posibilidad de que se confirme una distribución diferencial
de las representaciones grabadas entre los sepulcros colectivos
de una misma necrópolis (Bueno Ramírez y Balbín Behrmann, 1994)
- posibilidad todavía no contrastada estadísticamente. Suponiendo
que ambas interpretaciones fueran correctas, entonces la superestructura
ideológica de las formaciones sociales de la Edad del Cobre estaría
dibujando un esquema parental cónico donde la ubicación
de los individuos en la sociedad se define ante todo por la proximidad
parental a un clan o antepasado mítico común y/o fundador.
III.c.- Jerarquización Comunalista en el Suroeste
Toda la exposición anterior ha procedido desde el ámbito de la
reflexión teórica directamente hacia la formulación de una
serie de enunciados de nivel medio basados en un conjunto de enunciados
observacionales. El propósito último de este trabajo es, sin embargo,
postular la existencia de una conexión operativa entre la definición
teórica de Sociedad Jerarquizada Comunalista avanzada al
comienzo y la realidad social visible a partir del registro arqueológico
de la Edad del Cobre. Esta conexión se puede establecer en las
esferas de la producción, de las relaciones sociales de producción
y de la ideología dominante.
En lo que se refiere a la producción subsistencial, las formaciones
sociales del Suroeste presentan un rasgo crítico de la Sociedad
Jerarquizada Comunalista: por encima de las sociedades de las
que derivan, son excedentarias y capaces de aprovechar una base
energética amplia, susceptible de proporcionar una estabilidad
reproductiva mediante el desarrollo y organización de mecanismos
de almacenamiento y protección del producto comunitario. Esta capacidad
de intensificación de la producción subsistencial permitiría la
colonización de terrenos de baja productividad potencial que anteriormente
habían permanecido deshabitados.
Este proceso es observable en otras regiones de Europa a lo largo
del III milenio a.n.e., produciéndose la consolidación y expansión
de la economía productiva agropecuaria excedentaria mediante la
extensión de una serie de avances tecnológicos trascendentales
como la incorporación del arado y de la rueda como medios de producción
así como del caballo como medio de transporte y comunicación,
la intensificación de la producción de productos secundarios pecuarios
(derivados de la leche y la lana) y el comienzo del cultivo de
la vid y del olivo así como de la utilización de sistemas de cultivo
por irrigación en determinadas áreas mediterráneas (Sherrat, 1981;
Champion et alii, 1988; etc), casi todas las cuales son
constatables en el registro arqueológico calcolítico del Suroeste
peninsular según se ha expuesto anteriormente.
Asimismo, entre las comunidades del Suroeste es posible observar
la existencia de un patrón de implantación territorial de carácter
parental articulado en torno a centros matrices de rango superior
que mantienen conexiones de carácter económico, político e ideológico
con centros periféricos de rango inferior. Efectivamente, como
se expuso anteriormente, en la esfera de la organización territorial,
el referente de la Sociedad Jerarquizada Comunalista postula
la existencia de un territorio parental compuesto de una comunidad
central o matriz y una serie de comunidades periféricas o satélites
distribuidas en terrenos de productividad progresivamente decreciente
que mantienen con su centro original, aparte de relaciones de
cooperación en tareas materiales, estrechos lazos ideológicos
y rituales. En el caso del Suroeste existe al menos una comarca,
la Cuenca Media del Guadiana, donde, a pesar de que el patrón
de implantación territorial de las comunidades de la Edad del
Cobre no ha sido objeto de un análisis estadístico sistemático,
la realización de diversas prospecciones y sistematizaciones de
la información disponible (Enríquez Navascués, 1989; 1990; Hurtado
Pérez, 1995), sugiere la existencia de un territorio presidido
por un gran centro donde se integra la producción de bienes no
subsistenciales y que podría representar un auténtico centro económico
e ideológico para todos los hábitats del entorno. Al menos otros
dos poblados de extensión y características semejantes a los de
La Pijotilla son conocidos en el Suroeste, Valencina de la Concepción
y Ferreira do Alentejo, provistos de enterramientos colectivos
y en cuyo entorno sólo son conocidos asentamientos de mucho menor
tamaño y diversidad de materiales arqueológicos.
En el caso del Sureste de la Península Ibérica, el crecimiento
demográfico, la expansión del poblamiento a territorios antes desocupados
y el incremento general del volumen de la producción agropecuaria
a partir de finales del IV milenio cal ANE plantean un cuadro de
desarrollo socioeconómico al menos parcialmente congruente con
el que acabamos de referir. Similarmente, a escala continental,
se ha inducido la existencia de formas básicas de centralidad y
jerarquización políticas del territorio a partir de la existencia
de aldeas de mayor tamaño y dotadas de estructuras funerarias más
complejas rodeadas de otras menores y más simples. Para algunos
investigadores, la estructura de relaciones sociales de producción
de base segmentaria/parental se proyecta en el espacio en forma
de sistemas de cooperación y colaboración entre las aldeas centrales
y las menores, las cuales son probablemente producto de sucesivas
fisiones iniciadas en la aldea principal o matriz (Champion et
alii, 1988:224).
En la esfera de las relaciones sociales de producción, las sociedades
de las etapas finales de la Edad del Cobre en el Suroeste asumen
una esquema basado exclusivamente en el parentesco y de base
comunalista en el que el producto circula mediante mecanismos
de redistribución, sin que exista apropiación diferencial por
parte de un segmento de la comunidad (Barceló, 1991:269). Arqueológicamente
existen una serie de evidencias que así lo sugieren, cuales son
el predominio de un ritual colectivo de enterramiento en el que
quedan reflejadas las unidades de parentesco, la inexistencia
de diferencias individuales significativas en la distribución
de los ajuares en los enterramientos, la ausencia o escasez de
armas u otros elementos de coerción directa en los ajuares
funerarios, la inexistencia de diferencias significativas en la
estructura y complejidad de las unidades de producción, que parecen
ser predominantemente colectivas, la existencia de espacios colectivos
únicos de almacenaje del producto agrícola en las aldeas y la
inexistencia de diferencias significativas en la estructura y
complejidad de los espacios de habitación y consumo dentro de
los asentamientos.
El sistema de liderazgo que opera sobre un esquema de relaciones
sociales de producción de tal naturaleza podría derivar de una
jerarquización de las funciones de reparto (¿periódico?)[6] de los medios de producción y
del producto, de la organización de la defensa así como de las
funciones de reproducción ideológica, pero la naturaleza de los
datos arqueológicos no permite actualmente respaldar esta suposición.
En relación con la naturaleza del esquema de relaciones sociales
de producción de las sociedades aquí discutidas puede ser de interes
repasar brevemente las diferentes propuestas que se han avanzado
respecto de las comunidades contemporáneas del Sureste. En este
contexto, y dejando de lado la discusión sobre las causas primarias
que lo impulsan, las consecuencias sociopolíticas del proceso de
consolidación de la economia productiva agropecuaria sedentaria
y excedentaria que tiene lugar durante la segunda mitad del III
milenio a.n.e. son objeto de interpretaciones contrapuestas.
Varias de las principales interpretaciones de la sociedad de
Los Millares (Gilman, 1976; 1981; 1987a; Ramos Millán, 1981;
Chapman, 1991; 1995), coinciden en señalar la naturaleza estrictamente
segmentaria del sistema de relaciones sociales de producción y
la ausencia de una estructura clasista (estratificación/Estado),
aunque existe una cierta variación en la forma particular en que
el nivel sociopolítico de desarrollo es descrito. Así, desde una
perspectiva materialista cultural, A. Ramos Millán (1981) establece
una analogía con los sistemas de Grandes Hombres de las islas
del Pacífico y señala que las evidencias ni siquiera sugieren
la existencia de Jefaturas de alto nivel implicadas en una dirección
sistemática de la economía; la organización/coordinación de los
trabajos comunitarios (sistemas de irrigación, metalurgia, comercio
y guerra) existe, pero no afectaría a la distribución igualitaria
dentro de la comunidad (Ramos Millán, 1981).
Del análisis del registro funerario de la necrópolis de Los Millares,
R. Chapman (1991) desprende la existencia de una organización social
de base parental donde los linajes están jerárquicamente ordenados:
"En todas las tumbas los ajuares funcionan como indicadores
del estatus del grupo, no de los respectivos individuos. Las
propias tumbas pueden considerarse como monumentos funerarios
de grupos corporativos articulados a través del parentesco o
la descendencia común. Partiendo de la asociación exclusiva o
dominante de los objetos de prestigio a contextos funerarios
podemos inferir que algunos de estos grupos corporativos se situaban
por encima de otros en una escala jerárquica. Las diferencias
de inversión de energía en la construcción de tumbas puede utilizarse
para apoyar la misma idea." (Chapman, 1991:267)
Para R. Chapman, la contrastación de los indicadores empíricos
del registro funerario con los del registro habitacional (por
ejemplo, sistemas de almacenamiento colectivos del producto que
actúan como buffer en etapas de crisis productiva) corrobora
la naturaleza solidaria/comunalista del sistema de apropiación
del producto social, en lo que su interpretación resulta básicamente
coincidente con la de Ramos, aunque es posible observar una distribución
desigual de los ítems de prestigio (Chapman, 1995:35).
Por su parte, A. Gilman, desde una perspectiva materialista histórica,
interpreta el registro arqueológico funerario del III milenio
ANE como reflejo de un sistema incipiente de jefaturas organizado
por el parentesco en el que los diversos linajes están jerarquizados
entre sí (Gilman, 1987a:30). Similarmente, el modo de producción
de las comunidades calcolíticas en el Alto Guadalquivir ha sido
descrito desde una perspectiva marxista como ComunitarioParental
(Ruiz Rodríguez et alii, 1983).
La general coincidencia en señalar la naturaleza pre-estatal/pre-estratificada
de las comunidades del periodo c. 3200-2100 cal ANE también
puede extenderse al conjunto del continente europeo. Así, han
sido consideradas complejos de Grandes Hombres o Jefaturas las
formaciones sociales de esta etapa en el Reino Unido (Renfrew,
1973; Gibson-Geselowitz, 1988), Europa Central y Oriental (Milisauskas,
1978), y el Egeo (Cherry, 1984), trazándose una analogía generalmente
aceptada entre la función de los monumentos colectivos erigidos
por algunas de las sociedades jerarquizadas redistribuidoras de
las islas del Pacífico o del Sureste de los Estados Unidos y las
construcciones megalíticas, funerarias o no funerarias, levantadas
por algunas de las formaciones sociales del III milenio ANE en
Europa (Champion et alii, 1989; Harris, 1989).
La única interpretación que ha atribuido a la formación social
millarense un rango o nivel de complejidad sociopolítica superior
al de la Sociedad Jerarquizada o la Jefatura ha
sido planteada desde una perspectiva teórica materialista histórica
(Arteaga Matute, 1992), sobre la base de que la jerarquización
dentro de y entre los grupos de parentesco implicaría en realidad
una forma de explotación intra e intergrupal de naturaleza propiamente
estatal:
"...a partir del horizonte de Los Millares se iría consolidando
una forma de explotación colectivista predecesora de la forma
de explotación clasista que conocemos como argárica (...) La
conclusión a la cual hemos llegado, no como solución resolutoria,
sino como hipótesis abierta a la discusión, es que la realidad
histórica de El Argar, como propia de un estado de explotación
clasista hubiera sido precedido por una estado de explotación
colectivista, concerniente éste último al proceso económico-social
desarrollado en el Horizonte de Los Millares." (Arteaga
Matute, 1992:198-199)
Esta interpretación parte de un concepto de Estado basado en una
forma de explotación colectivista preclasista que sería
observable en la jerarquización existente entre los diferentes
sepulcros colectivos del asentamiento de Los Millares y la propia
configuración central de este asentamiento en su territorio inmediato,
por lo que se aparta de la noción marxista de Estado basada en
la presencia de clases sociales antagónicas opuestas entre sí a
causa de la violenta apropiación de los medios de producción y
del producto social que ejerce una de ellas (Engels, 1983:288;
Fried, 1967:231; Harvey, 1978:81; Hindess y Hirst:1979:203; Harnecker,
1994:115).
Precisamente, la falta congruencia de esta noción de Estado con
el referente materialista histórico del que deriva resalta la estrecha
conexión existente en la actualidad entre la interpretación de
la naturaleza del esquema de relaciones sociales de producción
y los presupuestos teóricos de partida dentro del estudio de la Complejidad
Social. Esta conexión es tanto más fuerte cuanto no existe
todavía consenso en la investigación respecto de los indicadores
empíricos que demarcan la naturaleza estatal o pre-estatal de una
formación social a partir de su registro arqueológico, ni siquiera
dentro de estrategias teóricas comunes.
En cualquier caso, la interpretación aquí planteada respecto a
las desigualdades intra-clánicas e intra-comunitarias existentes
entre las formaciones sociales del Suroeste en este periodo asume
que aquéllas se mantienen circunscritas al nivel de desigualdad
existente dentro del patrón de la Sociedad Jerarquizada Comunalista descrito
en la sección anterior, lo que excluye por completo el empleo del
concepto de Estado en referencia a las mismas.
Finalmente, en la esfera de la ideología dominante dos rasgos
destacan. Por una parte, el rasgo más inmediato es el del comunalismo:
comunalismo en la protección y conservación de los productos subsistenciales
estratégicos, en la experiencia funeraria y en las representaciones
plásticas simbólicas. Las representaciones simbólicas acusan una
fuerte homogeneidad y son frecuentemente abstractas: no representan
a un individuo, sino a una entidad sobrenatural. Durante el segundo
milenio ANE las representaciones simbólicas evolucionarán hacia
un paulatino énfasis de los atributos militares en las representaciones
simbólicas asociadas al ritual funerario (dada la información disponible
en la actualidad sería difícil decidir si tales representaciones
hacían refuerzo de la identidad colectiva o más bien de un liderazgo
individual, pero ambas hipótesis pueden ser actualmente barajadas)
para finalmente derivar hacia una heroización narrativa del liderazgo.
Por otro lado, la ostentación de productos exóticos dentro del
espacio funerario en determinados casos sugiere la existencia de
identificadores explícitos del estatus social de la persona, lo
cual remite nuevamente al concepto de Sociedad Jerarquizada
Comunalista al que la exhibición del rango es inherente.
En resumen, la conclusión de la reflexión hasta aquí realizada
debe hacer referencia a la trayectoria evolutiva histórica de este
patrón de organización social jerarquizado y comunalista. Como
se ha afirmado más arriba, la Sociedad Jerarquizada Comunalista constituye
un ciclo elemental o básico de la Sociedad Jerarquizada que necesariamente
debe preceder a la Sociedad Estratificada en caso de transición
prístina. La discusión de las circunstancias en que una transición
de esta naturaleza son posibles quedan fuera del alcance de este
trabajo, ya que en la investigación actual coexisten varios marcos
hipotéticos diferentes cuya exposición requeriría mas espacio del
aquí disponible.
La existencia de una analogía procesual entre el Sureste
de la Península Ibérica y la Extremadura portuguesa la Edad del
Cobre que se rompe a partir de c. 2200/2100 cal ANE ha
sido observada por numerosos autores (Gilman, 1976; 1987a; Ruiz
Gálvez, 1992; Barceló Álvarez, 1991; Díaz-Andreu, 1993; etc.).
Esta ruptura constituye en la actualidad un problema insatisfactoriamente
explicado. La reflexión formulada en las páginas precedentes se
han centrado en un ámbito geográfico físicamente más cercano a
la dinámica socioeconómica del segundo que del primero de aquellos
casos y de hecho las evidencias sugieren que la evolución de las
formaciones sociales del Suroeste dentro del II milenio ANE es
diferente a la que se ha observado en el Sureste.
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